Los ásperos caminos de la reforma migratoria

La discusión política en materia de inmigración ha vuelto a los primeros planos en un contexto que conjuga esperanza, polémica e incertidumbre

La nueva posibilidad de que se realice una reforma migratoria integral, a juzgar por los recientes posicionamientos del presidente Barack Obama y de senadores de ambos partidos, es en sí una buena noticia aunque aún falta mucho por delinear, debatir y decidir en el andar hacia la construcción de un nuevo sistema de inmigración en Estados Unidos.

Y siempre existe el riesgo, máxime en este época de áspero antagonismo partidista, de que el proceso se descarrile en el camino, de que no logre superar las instancias legislativas o, incluso, de que el resultado final sea un engendro a contracorriente de los anhelos de los inmigrantes y de las necesidades del país en general.

Por ello, a quienes se encuentran en el campo de la lucha en favor de una reforma integral y de los derechos de los inmigrantes les conviene la cautela, la organización y la información y una combinación de realismo y pragmatismo que mantenga también espacio para el activismo, la solidaridad, la esperanza y la búsqueda de la justicia. Una mezcla difícil de conjugar pero crucial. Sin ese equilibrio, y dado que la ruta hacia la reforma es espinosa, el desaliento puede disipar mucho del presente entusiasmo, mientras que la desorientación o el triunfalismo pueden inducir expectativas irreales.

En todo caso, y más allá de la necesaria manifestación colectiva en favor de una reforma integral justa al sistema de inmigración y del respaldo explícito de Obama a una solución pronta en la materia, parece claro que será en el Congreso, y específicamente en la Cámara de Representantes, donde se jugaría el destino de una reforma de inmigración en 2013.

Es factible que una iniciativa con apoyo bipartidista logre el pronto aval del Senado (de mayoría demócrata) sobre todo si, como en el esquema formulado en días pasados, ésta se restringe a un vía “difícil pero justa” a la regularización y la ciudadanía, con múltiples etapas, multas y prerrequisitos. Es decir, no una amnistía llana sino un proceso escalonado y estricto y, quizá, más largo, severo y restringido que el que preferirían muchos de los activistas pro inmigrantes.

Pero permanece la duda de si ese esquema, pese a su posible duro rigor, lograría la aprobación de una Cámara de Representantes, dominada por los republicanos, que se ha mostrado intransigente y contraria al compromiso en numerosos temas clave para el país. Y está también por verse cuál sería la capacidad efectiva de Obama para impulsar una reforma y superar ese obstáculo, máxime cuando cuestiones clave siguen empantanadas o en riesgo de caer en ello como la reforma fiscal, el manejo del déficit y la deuda, un control de armas más estricto o acciones para encarar el cambio climático.

A qué temas darán preferencia Obama y sus opositores o qué usarán ambos como moneda de cambio en la negociación a gran escala es una pregunta con implicaciones en la discusión de esos asuntos tan polémicos como relevantes para el futuro del país.

Finalmente, queda el factor de la paciencia y el efecto del desgaste. Para algunos, si el Congreso sigue bloqueado e incapaz de resolver a fondo y, en paralelo, Obama mantiene una gestión que ofrezca resultados (sobre todo en lo económico), los ciudadanos podrían recompensarlo con un legislativo de mayoría demócrata en 2014 donde, cabría suponer, se despejaría el camino para una reforma de inmigración. Otros opinan que, justo para prevenir ese escenario, los republicanos concederían en inmigración para mitigar su intransigencia en otros ámbitos.

Pero hasta que no comience el proceso legislativo formal todo es, todavía, sólo especulación.

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