Y en dos semanas empezó a cocinar pupusas

Randy Rodríguez es el dueño de El Cabalito, un pequeño restaurante salvadoreño en Chinatown

Randy Rodríguez, de 26 años dice que se ve más como un hombre de pupusas que como un hombre de negocios./Gerardo Romo

Randy Rodríguez, de 26 años dice que se ve más como un hombre de pupusas que como un hombre de negocios./Gerardo Romo Crédito: El Diario

Randy Rodríguez dice sonriendo que cuando se mira al espejo “no me veo como un empresario, me veo como un hombre de pupusas”. “Más que para los negocios para lo que tengo ganas es para la comida”, explica poco después de abrir por la mañana su restaurante, Cabalito, en la Chinatown de Manhattan. Antes de hablar con El Diario este joven de 26 años baja las sillas de las mesas y saluda a Fernando López, un mexicano que se encarga de poner a funcionar la cocina en cuya parrilla se cocinará esta comida típica salvadoreña.

El local es pequeño y las mesas están hechas a mano por el propio Rodríguez con una simple madera teñida y balaústres de escaleras. “Todo lo que tenemos acá es económico, todo lo hicimos barato”, al señalar la decoración de un pequeño local en la que cuelgan acuarelas de su padre y cuadros de paisajes de El Salvador, país de origen de su familia.

Barato y rápido. A diferencia de la mayor parte de los empresarios de establecimientos de comidas y bebidas en Nueva York, que tienen que lidiar durante meses con permisos, renovaciones, restauraciones y regulaciones, Rodriguez apenas tardó dos semanas en poner en marcha su pequeño restaurante de pupusas en el que trabajan tres personas además de él de 11.00 de la mañana a 11.00 de la noche.

Pero reconoce que tuvo la buena fortuna de su lado.

Hace poco más de un año Rodríguez trabajaba en Café Grumpy y los dueños tenían una panadería en el local que él ocupa ahora. “Yo quería poner este negocio y les hablé el día de San Valentín del año pasado de hacerlo en el lugar de la panadería si ellos me hacían un subalquiler. Y así lo hicimos. El 13 de marzo del año pasado abrimos”. “Solo faltaban algunos papeles con el departamento de Salud y otros más pero todo estaba en regla por cómo funcionaba el anterior local. Al no tener sótano o manejar congelados y ser pequeño hay menos papeleo”, explica.

Este emprendedor admite que tuvo la suerte de tener muchos elementos del negocio de su parte. “Creo que Nueva York es así. Es una experiencia muy loca y rara. Alquilar un apartamento es una historia complicada pero esto lo hicimos rápido. Creo que en esta ciudad, cuando tienes ganas, todo es posible y si se lleva un plan en la cabeza, puede salir”.

Rodríguez, de 26 años, nació en Los Ángeles y se crió entre en esta ciudad y Vermont. Hace seis años desembarcó en Nueva York./Gerardo Romo
Rodríguez, de 26 años, nació en Los Ángeles y se crió entre en esta ciudad y Vermont. Hace seis años desembarcó en Nueva York./Gerardo Romo

Rodríguez habla así de Nueva York porque él llegó de Los Ángeles, ciudad en la que nació y residió 10 años antes de que sus padres se trasladaran a vivir a Vermont “para tener una vida más simple y familiar”. “Ahí es donde me americanicé”, explica.  Su familia volvió a California al cabo de un tiempo pero él, optó por quedarse en la Gran Manzana.

Tenía 20 años y empezó a trabajar en restaurantes y alguna tienda. Llegó a ser manager de una taquería mexicana y “ahí aprendí el negocio”. “Tengo la educación de la vida, hice high school pero no fui a la Universidad, cuando tienes ganas de aprender solo necesitas escuchar y observar”.

Trabajando en una tienda de vinos aprendió del plan de negocio del dueño y dice que ha leído muchos libros (E-myth y Start Something that matters de Blake Mycoskie), ha visto muchos tutoriales de YouTube (un verdadero milenial), y admite sonriendo que está aprendiendo mientras trabaja. Una de las cosas que ha aprendido es a rodearse de gente que no solo habla “sino que además hace”.

Dice que una de las tareas más complejas ha sido poner precios a sus productos. “Hay que poner el precio de Manhattan, quisiera hacer pupusas que costaran un dólar pero los $3.75 es el precio que tiene hacer las cosas en Manhattan”. Sus clientes, admite, son “espontáneos” y el restaurante está más ocupado los fines de semana y las noches que durante el día.

El negocio no tiene pérdidas. “Pago las facturas y a la gente, sería extra cool si ganáramos más para poder vivir un poco mejor, pero aún así vivo, cansado pero vivo”, dice.

Rodríguez tiene los pies en el suelo. Si piensa en el futuro dice que le gustaría abrir más locales “pero no quiero nada enloquecido, me gusta que esto sea casero y cómodo. No sueño con ser millonario y vivir en un gran apartamento en el Soho”. Al terminar esta frase él mismo concluye, “quizá no soy un empresario. Lo que quiero es que la gente conozca las pupusas y El Salvador que es un país muy pequeño. Eso es lo que me anima”.

En sus propias palabras

  • “Incluso cuando trabajaba de barista trataba de hacerlo todo mejor. Trato de disfrutar de lo que hago y mejorar cada día”
  • “Hay que ser realista y tratar de aprender de todo. Yo aprendo mucho de otra gente y no me arrepiento de no haber ido a la Universidad. Soy una persona muy curiosa”.
  • “Los latinos somos muy activos. Cuando eres primera generación de latino en EEUU hay necesidad de probar que mereces el esfuerzo que hicieron tus padres cuando dejaron su país”.
  • “Soy como soy por la diversidad con la que estoy rodeado”
  • “No se si voy a hacer esto toda mi vida pero ahora me lo paso bien. Esta es la belleza de la vida, cuando uno deja de pasarlo bien, puede dejar de hacer lo que hace”.

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