“Mis productos son sanos, pero los compradores le inyectan hormonas”, dice ganadero maya

José Palomo afirma que alimenta a sus animales con productos sanos, pero los intermediarios, antes de llevarlos al rastro les inyectan hormonas

BECANCHEN, México – Cuando José Palomo era un niño, allá por los años 70, llegó “la modernidad” con un plan de gobierno a la Península de Yucatán llamado “Chaak” que no era otra cosa que la tala de  árboles al por mayor para convertir los  terrenos en potreros de producción extensiva de ganado.

Llegaban los bulldozers con cadenas de hasta 100 metros y las amarraban a dos máquinas, una de cada lado del terreno, y !a cortar selva!: la segunda en importancia de América Latina, sólo después de la Amazonía.

Después siguió  la siembra de extensos pastizales como alfombras tendidas al sol para el ganado pastoreara como rey hasta que con el paso del tiempo los terrenos comenzaron a secarse y cambiaron el paisaje otrora verde por el amarillo sin vida: el símbolo de la deforestación.

El suelo  yucateco no es muy profundo: en promedio tiene 10 centímetros y los árboles han tenido que luchar contra sí mismos y otros competidores para echar raíces alimentadas por otras plantas que cuando mueren sirven de abono pero cuando se corta todo simplemente se queda sin nutrientes y ya nada crece ahí.

Los agricultores tardaron décadas para entender lo que pasaba; algunos, todavía no aceptan la realidad y siguen tirando monte en la Península de Yucatán, donde el 70% de las tierras está en manos de ejidatarios en propiedad colectiva.

Palomo, hoy de 45 años, es del grupo de campesinos que sí quiere recomponer lo que echó a perder. Dice que no lo hizo a propósito sino porque así le enseñaron en las campañas oficiales y en la escuela donde estudió para técnico agropecuario y donde le pintaban a la ganadería y la agricultura extensiva como símbolo de riqueza sin pensar en el medio ambiente.

Ganado de pastoreo del Rancho Los Tres Potrillos de José Palomo
Ganado de pastoreo del Rancho Los Tres Potrillos de José Palomo

“Yo tiré árboles en 3,000 hectáreas en mis terrenos”, reconoce apesumbrado sobre el remolque que tira el tractor que lo lleva a recorrer sus tierras reverdecidas con 50,000 leucaenas que comenzó a sembrar hace seis años y ahora comen con gusto las vacas, becerros y toros en espacios chicos y controlados.

El árbol de leucaena (que crece de forma natural en la región ) era considerado una plaga y eliminado por el desconocimiento de sus contenidos nutricionales. La realidad es que contiene 28% de proteína: justo lo que necesita el ganado para mantenerse saludable.

Al cultivarlo nuevamente, Palomo ya no tiene que comprar alimento artificial para sus 65 cabezas de reses, borregos y venados y hasta le sobra para utilizar en tiempos de sequía si lo almacena en silos que son una mezcla de la hoja y melaza.

Trabajadores de José Palomo preparan silo para la época de sequía.
Trabajadores de José Palomo preparan silo para la época de sequía.

“Teníamos que volver a las técnicas de nuestros antepasados para tratar a la tierra”, reconoce. “Esas prácticas permitían convivir con los bosques no matarlos” y tienen un nombre: sistema silvopastoril.

El sistema silvopastoril que está de regreso en la península sugiere dejar tranquila a la selva, rotar cultivos entre ella y mantener al ganado en terrenos cerrados a los animales para permitir la reforestación de los pedazos de suelo que no estén en uso: nada que no supieran los antepasados de Palomo.

Con todo este redescubrimiento, los ganaderos que han sido capaces de cambiar el rumbo tienen una gran frustración: la falta de valoración de la calidad de su carne: él  cría animales sanos, orgánicos, libres de químicos y los intermediarios a quienes se los vende les inyectan hormonas antes de llevarlos al rastro.

“Intentamos ayudar a los ganaderos para que vendan directamente sus productos en el mercado, pero es un cambio que se lleva a cabo poco a poco”, advierte Sebastián Proust, coordinador de la Alianza  México Red para la Península de Yucatán.

El pasado 29 de noviembre, la Alianza logró que un grupo de 50 compañías firmaron un acuerdo de buena voluntad para comprar productos con buenas prácticas de producción, entre ellas, Bimbo, Cemex, Grupo Moctezuma, Heineken de México y otras locales.

“Los empresarios dicen que apoyan estás iniciativas de producción sustentable porque los mercados verdes y responsables son el futuro”, agrega Proust.

MIEL ORGÁNICA VS TRANSGÉNICOS

Yucatán pretende ser el primer estado del país que produzca 100% orgánico y libre de transgénicos: en días pasados emitió un decreto para prohibir el cultivo de éstos. Lo ha logrado con la miel que exporta a Alemania por alrededor de 1500 toneladas al año a pesar de las agresiones de empresas como  Monsanto que cada año amenaza con extenderse desde el vecino estado de Campeche con sus cultivos de soya genéticamente modificada.

Manuel Magaña, un silvicultor de 60 años, tiene bien claras estas amenezas. Si bien él logró dar a sus cuatro hijos una carrera universitaria (tiene tres ingenieros en informática y una psicóloga) con el cultivo de la miel que recogía de los campos, actualmente la falta de flores por la sequía ya no le permite vivir sólo de esta actividad y la agricultura extensiva es siempre una tentación.

“Antes sólo escaseaba el agua entre septiembre y octubre; ahora se sigue hasta diciembre y nada que llueve y los cultivos: entonces las empresas vienen y dicen que los transgénicos necesitan menos agua y mucha gente tiene la tentación”.

Manuel Magaña, silvicultor de la Península de Yucatán
Manuel Magaña, silvicultor de la Península de Yucatán

Manuel se coloca un velo protector en el rostro y saca el ahumador que mueve de un lado a otro para espantar a las abejas de las colmenas donde colocó una “pasta proteica” que ayuda a la colonia a no morir de hambre: una mezcla de azúcar, levadura, miel y leche en polvo.

“Ellas salen a buscar flores y regresan cansadas porque no hay y aquí les tenemos que dejar algo de comer, sino, la reina deja de ovar y eso es lo peor que puede pasar”.

En momentos desesperados por la sequía, los silvicultores, ganaderos y campesinos con terrenos deforestados en la península de Yucatán buscan dirigir las nubes a sus terrenos lanzando cohetes, pero ellas se pasan de largo hasta donde hay vegetación sólo para recordar lo que hace falta en la región.

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