La travesía al corazón científico de Argentina en la Antártida

"Uno se encuentra con pájaros gigantes que le sobrevuelan la cabeza"

BASE CARLINI, Argentina — Llegar a la Antártida nunca es fácil, pero la logística que permite pisar el suelo más austral del planeta se convierte en una aventura que deja huella. Para muestra, un botón: alcanzar la Base Carlini, el principal laboratorio argentino antártico de estudio del cambio climático.

Son las 7 de la mañana de un habitual fresco día de verano en la base aérea militar de Río Gallegos, en la sureña provincia argentina de Santa Cruz. Este es el tradicional punto de despegue y arribo de los aviones Hércules que unen el territorio continental del país con el sector antártico que reivindica como propio.

Tras descansar durante la noche en el casino de oficiales luego de un vuelo en un Fokker presidencial desde Buenos Aires, un grupo de periodistas, ataviado con la ropa polar facilitada por la Fuerza Aérea, sube al avión de hélices que lo llevará al imponente blanco antártico.

La ocasión es especial. Acompañar a la ministra argentina de Exteriores, Susana Malcorra -alojada en el mismo lugar-, y a varios funcionarios del ámbito antártico a visitar un área de ambientes marinos de gran diversidad, óptimo para estudiar los efectos del cambio climático.

Las casi tres horas de viaje en el avión militar no se hacen ni cortas ni largas. La expectación es la única protagonista. Sin embargo, el destino final tarda en llegar.

Como Carlini no tiene aeropuerto, el Hércules aterriza en la chilena base Frei, ubicada en la misma isla 25 de Mayo del archipiélago Shetland del Sur en la que se halla la base argentina.

La fraternidad y la paz que fomenta el Tratado Antártico de 1959 se hacen patentes en este momento, a pesar de que Argentina y Chile tienen disputas territoriales en la zona.

Tanto los reclamos chilenos y británicos se superponen con el argentino. El de Reino Unido abarca todo el sector que reclama Argentina, mientras que el de Chile se superpone parcialmente, aunque los dos países australes se reconocen mutuamente derechos de soberanía, dejando pendiente la delimitación superpuesta.

El periplo en Frei es corto. En la costa esperan los botes que trasladarán a la comitiva argentina a un buque de la Armada que aguarda majestuoso metros más adelante.

“No hice papelones, no me caí, no hubo fotos desastre… nada… eso es lo más peligroso, que ustedes están acá”, cuenta entre risas a la prensa una Malcorra primeriza en la Antártida después de subir al barco por la escalerita de cuerdas de rigor.

Tras una travesía de una hora, perfecta para inmortalizar con cámaras el icónico entorno, otro bote espera. Este ya sí para alcanzar Carlini, una de las 13 bases de Argentina -seis son permanentes y el resto de verano-, donde se desarrolla la mayoría de investigaciones argentinas en la zona, principalmente biológicas y ecológicas.

El verano es perfecto para investigar los efectos del cambio climático. EFE
El verano es perfecto para investigar los efectos del cambio climático. EFE

“Uno se encuentra con pájaros gigantes que le sobrevuelan la cabeza o focas leopardo cantando en la caleta y eso te vuelve loco. Y la vía láctea cuando la ves en invierno por la noche es hermosa”, relata a Efe Luna, encargada del laboratorio multidisciplinario de la base.

“Manejamos aparatos que toman datos de la atmósfera y la tierra. Por ejemplo geodesia y monitoreo de glaciares por cámaras”, remarca la joven, que tras un año en la Antártida también se encarga del cine de la base, parte del ocio ‘polar’ que hace más llevaderas las duras jornadas nocturnas invernales.

La visita de Malcorra se produce en plena Campaña de Verano, cuando se da, con temperaturas más livianas, la actividad científica más intensa.

Entre diciembre y marzo, unas 1.000 personas trabajan en las bases argentinas, número que desciende a 200 en invierno.

Argentina, país con la presencia ininterrumpida en el continente más extensa, 113 años, está entre los 11 con mayores aportes científicos en la Antártida.

Argentina tiene varias bases en Antártida. EFE
Argentina tiene varias bases en Antártida. EFE

“Estamos trabajando en muchos proyectos vinculados al cambio climático global y en qué efectos tienen sobre los organismos antárticos, que se extrapolan al resto del planeta”, relata a Efe Rodolfo Sánchez, director del Instituto Antártico Argentino, organismo que desarrolla 46 proyectos, algunos en cooperación con países como España y Alemania.

Pocos rodeos da Carlos Bellisio, técnico del Consejo Nacional De Investigaciones Científicas y Técnicas, que llegó por primera vez al continente en 1976, con 19 años.

“Es real (el cambio climático). Yo que vengo hace muchos años a esta base noto en el glaciar cómo va desapareciendo, eso es terrible. Se ven los restos de hielo en la costa”, afirma a sus 59 años y con 37 campañas antárticas a su espalda.

El retroceso del glaciar Fourcade, junto a Carlini, “está dejando nuevos espacios terrestres que van siendo colonizados y eso forma parte de los estudios que se están realizando aquí”, añade Sánchez.

El paseo de Malcorra por la base -que depende de la Cancillería- fue rápido, pero sirvió para arrojar luz a un trabajo que poca gente conoce y que resulta crucial para el planeta.

“Mantener nuestra vocación de trabajar en la cuestión del cambio climático. Buscar las líneas de investigación que sean más conducentes a los intereses que tenemos en la Antártida, asegurar que las bases que tenemos se solidifiquen y evaluar qué otras cosas se pueden hacer, algunas solas y otras en cooperación con otros países”, remarca a Efe la ministra.

Y así, como un suspiro, la hora de volver a casa llegó. Los botes, el barco, el Hércules y el Fokker vuelven a escena, pero la experiencia ya es, casi seguro y para siempre, irrepetible.

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