Madres centroamericanas dan a luz en México y quieren ser ciudadanas

Aunque su intención era llegar a EEUU, prefieren quedarse en el país donde nacieron sus pequeños

MÉXICO – En cuanto dieron unos pasos después de Guatemala, un grupo de agentes migratorios en México detuvo a Irene Gálvez, a su esposo y a la hija de ambos para interrogarlos sobre su estancia legal. Los padres no tenían documentos, pero la niña sí: cuatro años atrás, en una tarde soleada y complicada para madre, doctores, paramédicos, enfermeras y activistas sociales nació Estefany en la ciudad de Juchitán, Oaxaca.

Parir a la pequeña fue casi un milagro. En el Hospital General de Ixtepec, donde le habían dado la noticia de que tenía tres meses de embarazo, donde pronosticaron una  gestación complicada y donde sugirieron que no siguiera su camino a Estados Unidos, no querían atenderla a la hora de la verdad con el pretexto de que “tenían otra cirugía” y de ahí la mandaron a la ciudad vecina.

“Use la ambulancia”, le dijeron a su marido. “Pero no tiene gasolina y le vamos a cobrar el traslado”.

Los centroamericanos no tenían ni un peso, pero con la ayuda del sacerdote Alejandro Solalinde, fundador del albergue Nuestros Hermanos en el Camino, el marido logró conseguir un poco de combustible y convencer a las autoridades de salud de Juchitán que atendieran a su mujer y naciera la pequeña.

  • Es una mexicanita- dijo la enfermera con un gesto de orgullo.
Irene Galvez en la ambulancia poco antes de dar a luz.
Irene Galvez en la ambulancia poco antes de dar a luz.

Los mexicanos hacen bromas de sí mismos acerca de la “urgencia” que tiene su país de declarar ciudadanos a todo el que nace en en su territorio, en sus barcos, sus aviones o cualquier medio de transporte, tal y como lo plasma la Constitución.

Pero esta política de aparente apertura se ve menguada por trabas burocráticas o xenófobas en hospitales  y registros civiles que operan en cada estado y hoy por hoy la realidad es que depende del humor de doctores y funcionarios públicos lograr que se reconozca la ciudadanía a los recién nacidos, según ha observado durante años Alberto Donis, administrador de Hermanos en el Camino.

“Da trabajo, pero finalmente lo hacen y muchas madres centroamericanas ven ciertas ventajas”.

Después del parto, Irene Galvez y su familia regresaron a San Juan Zacatepec, su pueblo natal en Guatemala, y se hicieron a la idea de que ahí crecería la niña hasta que estuviera en edad escolar para regresar a México. “Si estudia en Guatemala no va a ser nadie en México, donde queremos que viva: aquí es su país”, cuenta Irene en entrevista telefónica desde Ixtepec.

En diciembre pasado cruzaron el Río Suchiate y después de que los agentes migratorios les exigieron el acta de nacimiento de la menor ellos no dudaron en mostrarla. “Tenemos derechos”, dijo Irene. Los funcionarios se miraron entre sí y los dejaron pasar. “Arregle sus papeles rápido”, respondió uno de ellos en tono áspero.

Así entró la familia triunfante camino a Toluca, Estado de México. Nunca han estado ahí ni tienen familia, pero alguien les dijo que la ciudad -ubicada a 90 kilómetros de la capital mexicana- es de clima frío y hay una boyante industria para trabajar en fábricas. Y justo eso quieren los padres de Estefany.

En los últimos años, el Instituto Nacional de Migración (INM) capacitó a sus agentes sobre el tema de los derechos de los padres extranjeros con hijos mexicanos y, de acuerdo con testimonios recientes, los agentes ya no forzan las repatriaciones de extranjeros con este perfil, sobre los que no hay cifras actualizadas.

La última cifra que publicó la Secretaría de Gobernación a través de su Unidad de Política Migratoria sumó en 2009 a alrededor de 24,145 centroamericanos con documentos.

Dalila Linares, salvadoreña de 22 años, da cuenta de ello. Fue detenida en Reynosa poco después de que Estados Unidos negó el refugio a ella y a su hijo recién nacido en Monterrey, al norte de México. “Tu hijo es mexicano allá te pueden ayudar”, le dijeron en la estación migratoria de Texas.

La salvadoreña quería que su hijo naciera en Estados Unidos y por eso emigró junto con su pareja cuando ella tenia cinco meses de embarazo. Sin embargo, las necesidades de subsistencia los empujaron a trabajar en el camino por México y las semanas se vinieron encima: dio a luz en un hospital regional sin mayor problema.

“La dificultad para mi fue registrarlo porque me decían que ahí no hacían eso y tarde como tres semanas en varios registros civiles hasta que uno aceptó”, recuerda.

Pocos días después, cuando caminaban por una de las calurosas calles de la ciudad, un agente identificó al hombre como indocumentado y lo deportaron. Con el pequeño en brazos, Dalila siguió el camino a EEUU con ayuda de su familia en Miami, pero cuando la rechazaron como refugiada y sin posibilidad de trabajar pidió ayuda en una base del INM para que la enviaran a El Salvador.

Dalila en una foto de archivo del albergue Nuestros Hermanos en el Camino.
Dalila en una foto de archivo del albergue Nuestros Hermanos en el Camino.

Grande fue su sorpresa cuando le informaron que podía quedarse en México por tener un hijo mexicano. Ella hizo cuentas, sumó, restó y llegó a la conclusión de que tendría mejores posibilidades que en El Salvador: aquí gana seis dólares al día por limpiar casas; allá gana tres, además de que los pandilleros de la Mara ya llegaron a su pueblo.

“Me quedó”, dijo para afuera. Y para dentro habló más: “Creo que es un buen lugar, al menos aquí puedo comprar pollo y carne para comer dos veces por semana”.

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