Video: Niño invidente muestra destrezas con el polo, el fútbol y el baloncesto

A los 10 años y con una limitación visual desde los cuatro juega todas las tardes

Salvador nunca pierde su sonrisa. La única condición que pone para prestarse a la entrevista es que el fotógrafo de LA NACION le tome una imagen con Bianca, su perrita raza Jack Russell. Salvador Condomí Alcorta, de 10 años, es no vidente desde los cuatro, situación que no le impidió conservar un instinto de superación constante que lo convierte en un ejemplo. Una bocha de cricket que tenía sonido sirvió como punto de partida para que se le despertara el amor por el polo, deporte con tradición en su familia.

Más a la derecha, ahí la tenés, adelante“, lo guía su padre Christian en una de las canchas de Santa Catalina, barrio cercano a Open Door, Luján. Desde hace más de cuatro años, Salvador taquea prácticamente todas las tardes, montado en Eva Luna, una petisa tobiana. Un auténtico ejemplo de lucha y perseverancia. “Me gusta mucho jugar, me divierto pegándole a la bocha. Me llevo bien con mi petisa, es muy tranquila”, cuenta. El andar en la mansedumbre de Eva Luna parece que es apenas temporal, porque ya le trasladó a su padre otro deseo que se le puso en la cabeza: quiere jugar al polo en un caballo más grande. El paso siguiente, entonces, será montar en Pocha, una tordilla que utiliza su hermana Justina, dos años menor que él. Salvador propone y acepta cada uno de los desafíos. Brinda enseñanzas en su manera de disfrutar las cosas simples de la vida. “Cada tanto nos pide una bocha común para taquear, sin sonidos”, añade Christian.

Desde muy chiquito, Salvador y su familia tuvieron que pelearla. Transitaron momentos difíciles. Cuando tenía 18 meses, una rara complicación del virus Epstein-Barr (mononucleosis) le generó una enfermedad autoinmune que hizo necesario que recibiera un trasplante de médula ósea. Posteriormente, tuvo una infección que lo llevó progresivamente a la ceguera. Unidos, superaron obstáculos. “Fue angustiante durante sus primeros cuatro años de vida, de los cuales en dos estuvo internado casi de forma permanente. Estuvo cerca de morir en tres oportunidades. Por eso, hoy no nos preguntamos por qué le pasó todo esto. A Salva lo disfrutamos, es una bendición”, expresa el padre.

Los Condomí Alcorta forman parte de una familia con arraigo en el polo. El padre, el abuelo y el bisabuelo de Christian (que fue profesional y jugó en Europa, Estados Unidos y la Argentina) practicaban el deporte en Castelli, en el club Libres del Sur. Allí nació el amor por los caballos y los palenques, que hace algunos años se trasladó al pequeño de la casa. “No me da miedo montar“, aclara el chiquilín sin amedrentarse.

Salvador habla con la timidez propia de un nene de 10 años. En los abrazos se nota que disfruta la complicidad con cada uno de los integrantes de la familia. “A mi petisa le gusta que le dé zanahoria y avena para comer“, cuenta sonriendo. Nunca se despega de su hermana Justina y, ante el calor agobiante, buscan refugio en la pileta del hogar. No conoce de impedimentos o, mejor dicho, los límites se los coloca él mismo: también se lo puede observar paseando en el patio con una patineta eléctrica. “A veces no podemos creer las cosas que hace: en esa misma patineta anda por todo el jardín y la usa para taquear, como si estuviera jugando al polo”, cuenta su papá.

El amor de Salvador por el deporte no se limita sólo a su relación con los caballos: pese a las adversidades, también muestra sus destrezas con pelotas de fútbol, básquet y rugby, que su papá fue adaptando con sonidos en su interior. Su hermano Tomás, de 21 años, juega con la ovalada en el plantel superior del club San Carlos.

Cualquier tipo de esfera que circule por la casa será utilizada como impulso para disfrutar un rato de ocio. Los ejemplos se acumulan y resaltan que en Salva, lo que brota es esperanza. Otro ejemplo lo define: hace un tiempo se unió a Justina, que estaba haciendo picar una pelota de básquet de las convencionales. En los primeros intentos, al niño le resultó complicado. “Al día siguiente llego de trabajar y me dice que hizo 30; al otro, 50; después, 100”, relata el padre. “¡Llegué a mil“, interrumpe Salvador.

Y hay más virtudes, en esa mezcla que desemboca en ejemplos de voluntad, carácter y un ímpetu inquebrantable por atravesar barreras: el año pasado, en Bariloche, también se animó a esquiar. De entrada, la familia era un poco reticente a viajar al sur del país porque todos sus primos practicaban esquí sin inconvenientes; podía resultar contraproducente. Pero encontraron una fundación destinada a proporcionar instrucción y estimular el desarrollo de nuevas habilidades en personas con capacidades diferentes. “Ahora está desesperado, con este calor ya nos está preguntando cuándo llegará el invierno para ir de nuevo a la nieve a esquiar“, detallan sus padres.

Su familia, desde su óptica para afrontar la vida, sólo quiere transmitir un mensaje: “Que se demuestre que cuando uno quiere algo, se puede hacer”, aseguran. “Somos unos bendecidos“, repiten constantemente. En cada una de sus frases irradian ganas de vivir. Después de dar a conocer la historia de Salvador en la revista Clickpolo, sus padres recibieron mensajes desde varios rincones del mundo. “Es un ejemplo hermoso, esta familia es un orgullo. Me emociona escucharlos”, escribió Facundo Pieres en su cuenta de Twitter. “Yo quiero ser como Salvador, un crack de la vida. ¡Ojalá algún día te podamos ver taquear en Palermo!”, añadió otro reconocido polista, Eduardo Novillo Astrada.

Salvador lleva adelante una vida normal en la que se adapta según las circunstancias. Antes de perder la visión, una de sus maestras fue a su casa durante un año y lo instruyeron en la parte curricular: aprendió el abecedario y hoy puede escribir en imprenta. “Con el dedito va tocando donde escribe y siempre me pone ‘mamá te quiero'”, cuenta María Elena. Llega el momento de un nuevo año en el colegio. “Siempre lo trataron muy bien, lo incluyeron y tiene un grupo de compañeros hermosos, son maravillosos. Lo acompañan, lo siguen”, cuenta Christian.

Para Salvador, los imposibles no existen. Rodeado de Bianca y de pelotas de todo tipo, la sonrisa permanece dibujada en su rostro. Su mensaje es claro: si uno se lo propone, no hay barrera que no se pueda cruzar.

Otra pasión: River Plate

Salvador va a la cancha y conoció a Gallardo y Ponzio

Como si se tratara del polo, por herencia familiar Salvador también tiene un cariño especial por River. Por intermedio de Facundo Pieres, su emotiva historia llegó a oídos del plantel millonario. Primero, el polista de Ellerstina se contactó con su amigo Leonardo Ponzio. Después, el chiquilín cumplió su sueño en una visita al predio del club en Ezeiza.

“Vamos bastante seguido a la cancha, a Salva le gusta cantar y cuando el partido empieza se coloca la radio con auriculares. Es más, nos cuenta las formaciones de los equipos, quién entra, quién sale. Sabe todo”, detalla el papá. En el entrenamiento de River, Salvador tuvo la posibilidad de jugar un rato con el técnico Marcelo Gallardo y Ponzio, dos de los máximos referentes en la actualidad del club.

“Tienen hermosos valores de vida. Me encantó conocerlo porque te permite ver el día a día de otra manera. Me emocionó ver a Salvador arriba de un caballo”, expresó el volante a Clickpolo. Una caricia al alma.

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