Entre inventiva e invectiva: tuit-textualizar

Todo el mundo inventa cosas. A nadie se le va a culpar por ello. De hecho, es un atributo de la especie humana: unos inventan tecnología; otros, guiones para películas. Pero cuidado, hay fantasías que te pueden salir caras. Querer engañar con los datos de los impuestos, por ejemplo. Otras pueden dañar la estima, como la difamación. En cualquier caso, nunca se debe confundir, para que conste, “inventiva” con “invectiva”, que es el discurso ofensivo contra alguien que te cae mal.

Hablar por hablar sin tener que demostrar nada es propio de charlas de café. Malo si viene de las más altas esferas del país. Si son prontos o rabietas tuiteras son especialmente peligrosos cuando no pasan por un filtro moderador. La reciente denuncia de que el teléfono de Trump estaba “pinchado”, denegado por los responsables máximos de la seguridad nacional, deja el asunto en un típico entramado de película de James Bond.

Como lo que se dice desde la Casa Blanca no entra en lo que llamamos “mentiras blancas”; ya se sabe, cosas como: “Me dijeron”, o “apenas llego”, ni en el de las mentiras “pesadas”, porque no es una broma, habría que inventar una modalidad más ajustada al teatro de la comunicación política.

e ha matizado que lo que se dice desde la Presidencia no hay que tomárselo “literal”, “figurada” ni “factualmente”, lo que nos anima, para evitar ser tildados de maleducados y ceñirnos a su mensajerismo, a acuñar un neologismo y decir que sus mensajes hay que “tuit-textualizarlos”. La hora y el lugar desde el que se mandan, pongamos por caso, aportan claves sobre su credibilidad.

Los tuits tienen a menudo el beneplácito de la audiencia por la confianza en la persona o en la institución de que proceden, lo que conduce a absorber cuánto se quiera creer o interese aceptar. Una vez publicados cuesta desacreditarlos y pasan a menudo a convertirse en materia de fe. De mala fe.

Si los comentarios del Presidente son cortinas de humo hay que hacerles una limpia para desintoxicarlos.  Atenuar el cambio climático no puede esperar.

El cine y la literatura han contribuido poderosamente a que todo pueda parecer verdad o mentira dependiendo de a quién le toque en el reparto ser el bueno de la película. Nos han acostumbrado mal. El espectador está predispuesto por inercia a depositar la confianza en el bueno: porque así lo exige el guion. Desde esta perspectiva cinematográfica, se diría que algunos personajes públicos quieren emular la imagen “del bueno”. Un bueno al que se le perdone todo y se le vote.

Lo que no se debe hacer nunca, ni siquiera por omisión, es comulgar con ruedas de molino.

Luis Silva-Villar es profesor titular de lengua y lingüística en la U. de Colorado CMU. lenguaporoficio@gmail.com

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