Gringo mexicano deportado hace un balance de su vida 10 años después

Conoce lo que ha tenido que pasar David Lawrence en la Ciudad de México

MÉXICO – Al cruzar una de las calles del Eje 1 Norte Mosqueta, David Lawrence torea el tráfico y la multitud en compañía de sus perros Yoko, Zuna y Huesos. “Hey, hey, come here”, grita a uno de los tres que se rezaga y llama la atención que un grupo de muchachos. “Oh, yes, yes”, bromean los chicos.

  • Come on, let’s talk a little more english-  reta Lawrence.

Pero no recibe más respuesta que risas nerviosas y cuchicheos, ¿qué hace este angloparlante en uno de los barrios bravos de la ciudad?

No es la primera vez que alguien lo pregunta con recelo en la Guerrero, la colonia donde escogió vivir porque las rentas son bajas, porque  se parece a Nueva York en la cantidad de peatones y porque últimamente está bien arreglada con críticos murales en lugar de grafittis y coloridos edificios.

Lawrence, de 39 años, cumple este año una década de su deportación viviendo en un departamento de 50 metros cuadrados pintado al exterior de color naranja donde  ha sufrido discriminación porque lo consideran estadounidense, aunque sus padres biológicos sean mexicanos y haya sido deportado.

“El día que a Donald Trump lo nombraron presidente (el pasado 20 de enero) aventaron piedras a mis ventanas”, dice y  señala los vidrios rotos que cubrió con plástico.

David Lawrence muestra el vidrio roto de su departamento.
David Lawrence muestra el vidrio roto de su departamento.

David Lawrence fue criado por una familia judía neoyorquina desde que tenía dos meses de edad. Desde México lo llevó a Estados Unidos sin documentación y nunca lo registraron oficialmente como hijo adoptivo, aunque le dieron educación como enfermero y el cariño de padres hasta que las autoridades lo detuvieron por tener relaciones sexuales en un auto con una chica de 18 años.

Los oficiales le pidieron documentos y así inició su proceso de deportación. A pesar de sus explicaciones acerca de que no hablaba español y no conocía absolutamente a nadie en México, el ICE lo repatrió y estuvo a punto de quedar a la deriva en las calles mexicanas de no ser por dos poblanos solidarios que conoció en el centro de detención.

Los hombres oriundos de Santa María Xoyatla, Puebla, una zona indígena del municipio de Izúcar de Matamoros, ofrecieron un techo  y trabajo en la agricultura y la  venta de ropa en un tianguis donde los clientes hablan náhuatl y español. “Las primeras palabras que aprendí en este país fueron ‘nic niqui’ (yo quiero en nahuatl) y pásele, ¿qué talla quiere?”

Cuando juntó un poco de dinero y dominó más el castellano, Lawrence se mudó a Atlixco y luego a la Ciudad de México gracias a una amiga-novia afroamericana que le ofreció vivienda mientras él trabajaba en los call centers y lidiaba con la cultura capitalina.“¡Es tan difícil entenderla!”, observa.

Lawrence tiene problemas porque habla en tono alto  (la gente piensa que está gritando); porque mezcla español e inglés (creen que es pretencioso) y porque no trata con deferencia a la mujer cuando se convierte en madre: de hecho se separó por un choque cultural de su mujer mexicana que conoció años después de dejar la casa de la afroamericana.

“Yo trataba igual a mi ex pareja después de que nació mi hija pero aquí creen que por el hecho de ser madres debes tolerarles cualquier cosa. Un día pedí a mi suegra que pusiera a la bebé en la silla especial del coche en lugar de llevarla en los brazos y ella estaba muy ofendida y yo no entendía:en Estados Unidos puedes ir preso si no haces eso”.

Con todo, el peor de sus problemas siempre ha sido la supervivencia económica, cuenta Lawrence en el interior del departamento que ama y teme perder si no puede pagar la renta además de que ya  debe algún dinero a sus amigos estadounidenses. “Mis padres ya murieron y ya no pueden apoyarme”.

David Lawrence en una de las calles que circundan su departamento.
David Lawrence en una de las calles que circundan su departamento.

Cuando llegó a la CDMX trabajó en los call centers, pero ganaba muy poco. Luego comenzó a dar clases de inglés para empresarios que quieren hablar de una manera más coloquial con sus clientes estadounidenses, como ocurre en Televisión Azteca, Nestlé o Price W. Cooper. Todo iba bien hasta que llegó Trump y sus políticas antimexicanas.

“Las empresas están en la incertidumbre, no saben lo qué va a pasar y lo primero que recortan son lo que consideran superfluo y para ellos el inglés no es urgente”, explica mientras revisa sus correos en la computadora y escucha un programa de música jamaiquina que él mismo produce con algunos amigos para la radio australina. Un hobby.

De pronto el rostro se le ilumina. Una mujer a cargo de recursos humanos en una compañía de Santa Fe escribió que está interesada en las clases de inglés para su equipo. “Oh, god; oh, my god”, dice. “This is amazing”.

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Crónica de Méxco México

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