Abolir la pena de muerte

En la noche del miércoles fue ejecutado mediante inyección letal por las autoridades de Georgia, Troy Davis, un afroamericano de 42 años de edad que en 1989 fue acusado de la muerte de Mark McPhail, agente policial blanco de 22 años.

Las autoridades tomaron la decisión aun y cuando cientos de miles de personas de todo el mundo habían hecho llegar su reclamo de conmutación de la pena capital en el caso de Troy. Aun y cuando el Papa, la Unión Europea y los premios nobel de la paz Jimmy Carter y Desmond Tutu, entre otros, también se habían pronunciado para que fuera perdonada la vida de Davis.

Es importante conocer lo que ocurrió con quienes testificaron en contra de Troy: nueve personas dijeron que él había sido quien disparó contra el joven policía. ¿Qué pasó después? Que siete de los nueve se retractaron y dijeron que habían sido manipulados por la policía.

En este caso no hubo pruebas balísticas, ni tampoco de ADN. El arma utilizada en el asesinato nunca apareció.

Si usted suma todos estos detalles, tiene que llegar a la conclusión de que había dudas razonables suficientes como para conmutar la pena de muerte o abrir un nuevo juicio sobre el caso.

Estas inconsistencias en el proceso de investigación y condena de Davis, fue la razón primaria por lo cual su caso alcanzó tanto relieve e importancia mundial.

La peor falla que puede cometer un sistema judicial es la condena de un inocente. Es preferible tener a un criminal en la calle, que a un inocente en la cárcel.

Más aun.

Desde que la pena de muerte fue reinstalada en 1976, 1,269 personas han sido ejecutadas. En la actualidad 3,251 reos están en el corredor de la muerte, es decir que 3,251 personas están condenadas a pena de muerte en Estados Unidos.

Es interesante indicar que aunque la mayor parte de la ciudadanía se opone a la pena de muerte y exige que sea abolida, uno de los precandidatos republicanos, el gobernador de Texas Rick Perry, tiene a su haber 234 ejecutados durante el ejercicio de su función, lo cual parece que no lo avergüenza, más cuando en un debate reciente recibió, por esta razón, un cerrado y prolongado aplauso de una concurrencia anglosajona y políticamente vinculada al Tea Party.

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