Agenda dominicana necesaria

Cuando una comunidad proveniente de un país subdesarrollado como lo es República Dominicana, se asienta en una nación como Estados Unidos, se encuentra con una serie de inconvenientes que le impiden adaptarse al ritmo de competencia propio del país anfitrión.

Estas trabas y dificultades, en su mayoría, están motivadas en las diferencias culturales y de estilo de vida que traemos y que se contraponen a veces, a las existentes en nuestro nuevo hogar.

Justo al momento de entrada, se nos presenta el dilema que tarde o temprano tendremos que enfrentar y resolver de manera definitiva, si es que pretendemos progresar en esta hospitalaria sociedad.

Las dos opciones que hemos de contemplar, resultan antagónicas y extremas: si nos apegamos a nuestros hábitos nacionales, probablemente nunca alcancemos ningún avance social en esta tierra de esperanzas y si nos plegamos a las nuevas reglas, pura y simplemente, terminaremos transculturizados y perdiendo nuestra identidad étnica y particular.

Como se puede notar, las posibilidades de crecimiento sostenido en este país, no se presentan en blanco y negro, es decir, en formas claras y diferenciadas.

Esta particularidad del problema es lo que obliga a la definición de una agenda dominicana, que esté más allá de la visión particular de cada uno de nosotros como individuo y que se concentre en dar respuesta a los problemas que aquí tenemos como grupo, comunidad, diáspora (si es que el término aplica) o nacionalidad, en territorio extranjero.

Para la conformación de este plan de desarrollo dominicano en Estados Unidos, es necesario que se unifique el liderazgo criollo en torno a la idea y que nos desprendamos de los lastres tradicionales que importamos al viajar, tales como: partidarismo político, regionalismos, creencia en el regreso triunfal en poco tiempo, apuesta permanente a la suerte, etc. y nos unifiquemos alrededor del gentilicio que nos define como herederos de Juan Pablo Duarte, el de dominicanos.