Entran sucios, se van limpios

Si el día está soleado la fila de carros serpentea a lo largo de la calle 109, uno de los accesos a este lavadero 24 horas, donde llegan modelos de todo tipo y tamaño. Ni el más embarrado de los automóviles intimida a los lavadores; un verdadero ejército de hispanos, en su gran mayoría mexicanos, quienes en un abrir y cerrar de ojos dejan los rodados relucientes y dignos de participar en el Javits Auto Show.

Los muchachos se mueven en grupos con rapidez y, franela verde en mano, recorren varias veces la superficie del amplio local. En la radio suena ‘mi casa nueva’, de los Invasores de Nuevo León, y al cabo de un tiempo, se hace evidente que cada cual tiene un puesto y una función específicos; dándole al trabajo colectivo un aspecto de ritual o coreografiada danza.

Junto a otros cinco compañeros, el poblano David Isidoro friega con ganas una limusina Cadillac, roja e interminable. “Aquí hay que ser veloz”, afirma sin dejar de restregar la puerta trasera de la limo con movimientos circulares. “Los carros entran al local y van pasando por distintas etapas”, explica. “Nosotros somos los últimos y nos encargamos de sacarle brillo a la carrocería y a las llantas. Primero le entran los aspiradores, después los enjabonadores, luego el carro ingresa a la maquina donde se lo lava y seca bien a fondo y después es nuestro turno”, concluye.

David tarda más tiempo en explicar el procedimiento que en llevarlo a cabo porque a la tropa de lavadores les toma únicamente 4 minutos deshacerse de toda evidencia de polvo y suciedad. “Cuando el tiempo está bueno lavamos unos 800 ó 900 carros”, dice este muchacho de 22 años, sin demasiada conciencia de su hazaña diaria.

Parte de la explicación de tanta demanda es que los lavadores de autos, así como las gasolineras, son una especie en extinción en Manhattan y el lugar atrae como imán a los conductores de la Gran Manzana.

Agachado, cara a cara frente a una llanta, Eliazar Calpeño, también de Puebla, le pasa una pasta de color aturquesado a la rueda de una camioneta. “Es Armor All, deja las gomas bien negras y brillantes”, explica. “Este no hay necesidad de secarlo, se deja así y el aire y el movimiento se encargan pero hay otro que es como un shampoo para los interiores, para limpiar el cuero y ese no se puede dejar así fresco,” acota Felipe Cabrera, también oriundo de la tierra de las cemitas. “Me metí en esto porque soy fanático de los carros y éste es el lugar perfecto. ¿Dónde más uno se puede subir a un Lamborghini?”, pregunta sonriente.

Eliazar le entrega un vehículo a su dueño –que mira sin poder creer que esa misma máquina destellante de limpieza sea la suya– y se sienta a descansar unos minutos. “Trabajamos doce horas”, comenta. “El ritmo es duro, pero cuando uno le coge la mano está bien”. No se queja porque acaban de darle el turno de día después de cuatro años de trabajar desde las 7 de la tarde hasta las 7 de la mañana. “Te sorprendería la cantidad de gente que lava su carro de madrugada”.

Antonio Rojas maneja con destreza dos mangueras a presión que disparan un chorro de agua jabonosa casi tan potente como una ametralladora.

Es el paso previo a una limpieza profunda con un cepillo de mango largo. Cuesta creer que este hombre de bigote negro, que le hace frente a SUV’s, vans y vehículos utilitarios, se dedicaba a sembrar maíz en su campito poblano. “Todo se aprende”, exclama.

De los casi 30 hispanos que trabajan en ‘LMC Car Lube’, –el nombre alude al cambio de aceite, otro de los servicios que brinda el lugar– unos 25 son de Puebla o de Guerrero y esa procedencia común los hermana. Así, los más veteranos le enseñan los secretos del oficio a los novatos.

Es el caso de la dupla conformada por Alvaro Herreros, un experto en todo tipo de líquidos para el automotor y su discípulo, Delfino Regino que asoma la cabeza desde el pozo donde se montan los carros para cambiarles el aceite. “El tiene que abrir el tornillo que tienen los autos abajo”, explica Alvaro que lleva varios años en el puesto y antes se ganaba la vida en una pizzería en el Upper West Side.

Delfino trepa y de un movimiento está en la superficie. “Parece sencillo pero mira esto”, dice mientras muestra un tablero con más de veinte llaves ordenadas de menor a mayor. “Ahí nomás llega el carro, tú tienes que saber el número de llave que corresponde. No se admiten dudas”, sostiene Alvaro. “Con el tiempo ya sabes que los Ford usan llave 16 y los Mercedes 13. Hay que estar atento para no cometer errores y uno va subiendo”, dice mirando el hueco donde él supo estar alguna vez.

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