Necesidad de un debate honesto

Con todo respeto al gobernador de Texas, Rick Perry -y se merece mucho por no ceder terreno sobre la inmigración- el principal problema que tienen los republicanos cuando hablan del asunto no es que algunos de ellos carezcan de corazón. Es que muchos de ellos no parecen tener ni una fibra de honestidad en su cuerpo.

Los demócratas son iguales. Prefieren hacer demagogia con los sindicatos que enfrentar a sus aliados sobre el hecho de que los inmigrantes ilegales no amenazan a sus miembros.

En enero, dirigí la palabra en la conferencia inaugural de la Red del Liderazgo Hispano en Miami. Organizada para crear puentes entre los hispanos y el movimiento de centro derecha, la RLH podría mostrar a la mayor minoría de Estados Unidos que -en la elección de 2012- cuenta con otras opciones aparte de escoger al menor de dos males.

Mi mensaje al grupo, en aquel momento, fue que los republicanos a menudo arruinan el debate de la inmigración porque hacen demagogia con los racistas de su base, proponen soluciones simples para un problema complejo y definen la dinámica como “nosotros vs. ustedes”, siendo “ustedes” los hispanos.

Casi me olvidé del error más importante de los republicanos cuando hablan sobre la inmigración: Destruyen su credibilidad propagando medias-verdades y falsedades. Nunca hablan sobre cómo los empleadores estadounidenses –especialmente las familias estadounidenses- contratan inmigrantes ilegales, cómo esos inmigrantes pagan impuestos y contribuyen a la economía estadounidense aceptando trabajos que otros no aceptarían y cómo gran parte de la ansiedad sobre mantener los actuales niveles de inmigración tiene mucho que ver con quiénes son los que inmigran. Más que el racismo o una retórica dura, es la deshonestidad lo que saca de quicio a los electores latinos.

Esta tendencia a oscurecer la verdad fue evidente cuando tres miembros republicanos del Congreso, supuestamente moderados, aparecieron en un panel sobre inmigración en la segunda conferencia de la RLH, aquí en Nuevo México. Los representantes Raúl Labrador, de Idaho; Pete Sessiones, de Texas y Francisco “Quico” Canseco, de Texas, coincidieron en que el Partido Republicano necesitaba moderar su retórica con respecto a la inmigración o arriesgaría la posibilidad de alienar aún más a un importante y creciente grupo de electores.

Todos los meses, otros 50.000 hispanos nacidos en Estados Unidos cumplen 18 años y quedan habilitados para votar. Más le vale al Partido Republicano tener la esperanza de que la memoria de estos jóvenes sea nebulosa y que no sientan rencor hacia los que trataron de convertir a sus padres en chivos expiatorios.

Algunos comentarios de los panelistas fueron sensatos; otros, ridículos.

Labrador, ex abogado de inmigración nacido en Puerto Rico, estuvo en lo correcto cuando señaló que “Los republicanos tienen un mensaje que atrae a la comunidad hispana, pero los hispanos no se sienten bien acogidos en el partido”.

Pero fue deshonesto cuando acusó al presidente Obama de tratar de “implementar la Ley Dream por decreto”.

Sessiones, que representa a un distrito mayormente hispano cerca de Dallas, tuvo razón al decir que “el Partido Republicano debe aprender a hablar sobre la inmigra- ción en forma tal de reconocer que estamos tratando con vidas humanas, que están fortaleciendo a EE.UU. y encontrar una manera de concederles categoría legal”.

Pero fue deshonesto al exagerar el temor de los narcotraficantes a lo largo de la frontera mexicano-americana, sin aclarar que son los estadounidenses quienes compran drogas y mantienen el negocio de los carteles.

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