Gritos tras las paredes

Como en un silencio de los inocentes ellas lo ocultan porque creen que es un acto de amor. Pero esa tolerancia es sumisión enfermiza o temor a perder las migajas de cariño que reciben porque creen que no tienen derecho a más. Lo más triste es que, en un gran porcentaje, es simple ignorancia. Ignoran su derecho a ser respetadas, a ser amadas, a la felicidad, a no mendigar amor, a denunciar que están siendo lastimadas. Tienen baja autoestima.

Los casos de las mujeres maltratadas en Latinoamérica alarman y las cifras son altísimas, pero hoy las estadísticas las guardaré para darle énfasis a la reflexión.

Lo primero que deben entender es que no son eventos aislados. Están más cerca de lo que creemos. Pueden ocurrir frente a nuestras narices: una compañera de trabajo que llegó con ojos llorosos; la hermana que no volvió a visitarnos; la prima que dice estar enferma de manera permanente o la vecina dicharachera que dejó de serlo.

Me decía la señora que limpia mi apartamento que en su vida tuvo dos maridos golpeadores, pero jamás quiso denunciarlos porque nunca creyó ser víctima. La aporrearon y no la dejaron estudiar; por eso asea casas. Lo irónico es que odiaba a quienes pretendían abrirle los ojos rogándole que fuera a la policía a denunciar a su maltratador.

Lo que deben saber ellas es que los porrazos no terminan con el perdón o la disculpa. Por el contrario, aumentan con más sevicia.

Esos golpes que lastiman no sólo son con puños y patadas. También hay castigos emocionales y económicos como le sucedió a Cristina Siekavizza en Guatemala, cuyo marido le suministraba una mesada mensual de 50 dólares para la gasolina y sus necesidades personales.

Cristina era una madre abnegada de dos niños, casada con Roberto Barreda, un individuo que, de acuerdo a testigos, actuaba en forma anormal y en ocasiones celoso. Tal vez fue por traumas que lo marcaron desde su infancia.

Al parecer, en el hogar de Cristina y Roberto ocurrían cosas tras de las paredes que las familias de ambos no sabían. Un día ella desapareció y semanas después se descubrió que él pudiera haberla asesi- nado y botado su cuerpo en un paraje soli- tario. Después escapó con sus dos hijos.

Roberto es fugitivo y lo busca la Interpol; esta cacería se logró gracias a un grupo de mujeres denominado Voces por Cristina que no calló, permitiendo que el caso saliera del riesgo de quedar impune.

Por eso es importante recordar lo siguiente: El silencio es cómplice y cuando escuchamos gritos tras las paredes del vecino, no dudemos en llamar a la policía porque una vida podría estar en juego, como la de Cristina Siekavizza, quien pidió auxilio desde el balcón de su casa y la ignoraron.

Ella murió apaleada con un bate de béisbol y asfixiada con un cinturón frente a sus hijos.

Tampoco guardemos silencio cuando sepamos que alguien de la familia está siendo maltratada.

Los gobiernos se preocupan poco por reunir las cifras de las mujeres muertas por su propio marido, porque se avergüenzan, pero los países donde más ocurren estos crímenes son Argentina, Guatemala, Colombia y Panamá.

A los maltratadores les va este mensaje: quien lastima al más débil es un cobarde.

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