Líderes sólo aplaudidos en tiempos de guerra

A los pueblos se les olvida demasiado pronto las acciones de sus líderes en tiempos de guerra. Usemos a Winston Churchill como ejemplo. El primer ministro inglés durante la Segunda Guerra Mundial mantuvo al país en pie de guerra durante los momentos más difíciles. El 13 de mayo de 1940, días después de haber asumido el cargo, dijo ante el parlamento británico que todo lo que le podía ofrecer al pueblo era: “Sangre, sudor y lágrimas”.

Churchill cumplió con su palabra. Logró que Gran Bretaña sobreviviera como nación y pueblo soberano ante los embates salvajes de la Alemania de Hitler.

Los historiadores nos dicen que el parlamento británico no le dio una buena acogida a los pronunciamientos de Churchill. Las simpatías de los parlamentarios del país estaban con Neville Chamberlain, quien creía que haciéndole concesiones a Hitler podría evitar una conflagración mundial. Pronto el país acogió en su seno a Churchill. Pero sólo mientras duró la guerra. Inmediatamente después de la misma, perdió su cargo.

Algo parecido ocurre con el ex presidente de Colombia, Alvaro Uribe. Que conste que hay que hacer una salvedad. Uribe fue líder de un país enfrascado en una guerra interna. Churchill fue una de las figuras históricas de mayor importancia en el siglo XX. Pero ambos han vivido en cuerpo propio con cuanta rapidez los pueblos se olvidan de quienes los dirigen en tiempos difíciles.

Uribe tuvo dos mandatos como presidente de Colombia. Después de décadas en las cuales los presidentes colombianos trataban de dialogar con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) –el movimiento guerrillero más longevo en el hemisferio– Uribe le declaró una guerra sin cuartel.

Después de ocho años de cruentas batallas y con la ayuda del gobierno y militares de Estados Unidos, Uribe logró doblegar a la FARC.

A Uribe lo reemplazó Juan Manuel Santos, su ex Ministro de Defensa. Poco después de dejar el poder las críticas a Uribe comenzaron a lloverle de todas partes. En Colombia le criticaban las acciones deshonestas de algunos de sus colaboradores y en EE.UU. los sindicatos criticaban a Colombia por la muerte de numerosos líderes sindicalistas. Decían que estos morían a manos de paramilitares con los que Uribe se hacía de la vista gorda.

Muchos le viraron la espalda a Uribe. Solamente volvieron a mencionar su nombre hace poco después que unidades de las FARC emboscaran a distintas patrullas de soldados colombianos matando a decenas de ellos. Algunos comenzaron a presionar a Santos. Pero eso duró poco. A finales de la semana pasada, el ejército colombiano pudo atrapar y matar a Alfonso Cano, líder máximo de la FARC. Santos pudo respirar con tranquilidad nuevamente y Uribe volvió a la oscuridad.

Muy pocas de las historias publicadas sobre la muerte de Cano mencionaron los éxitos que Uribe había tenido en su lucha contra la FARC y lo debilitada que había dejado a la organización guerrillera, ahora convertida en protectora del narcotráfico.

No hay muchos que quieren hablar del bien que Uribe le hizo a Colombia. Sus éxitos son menospreciados y los ataques contra él han ido en aumento.

En su momento, Santos fue la mano derecha de Uribe. Hoy las relaciones entre los dos líderes son tensas. Ahora es Santos el que recibe los aplausos públicos.

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