No hay que matar al mensajero

Piénsese o dígase lo que fuere, pero no hay que matar al mensajero. Los que marcharon a favor de los derechos civiles sabían que las cosas no estaban bien, así como lo sabían los que protestaban la guerra en Vietnam, y las que se manifestaron a favor del movimiento de mujeres. Y ahora también lo saben los llamados Ocupantes de Wall Street.

Lo que tienen todos en común es la lucha por los valores que han sido siempre el cimiento de nuestra nación –la equidad y la justicia. Se trata del derecho a tener la oportunidad de perseguir el sueño americano: si trabajas duro y vives según las reglas, podrás anticiparte a una mejor vida que la de la generación anterior.

Nos olvidamos que el movimiento a favor de los derechos civiles lo comenzaron los africano-americanos quienes en la década de los 1950 comenzaron a ver –gracias al inicio de la televisión– dos versiones de los Estados Unidos, los que tenían y los que no tenían. Al fin, el resentimiento y la desesperanza por la disparidad y la injusticia entre los pobres del casco urbano irrumpieron en manifes- taciones en las ciudades importantes.

Por último los políticos fueron obligados a corregir algunas desigualdades.

Los que protestaron la guerra en Vietnam expusieron la política extranjera injusta y fracasada de los Estados Unidos y la penosa pérdida de vidas de nuestros jóvenes obligados a ir a la guerra. Nos permitieron ver la erosión de la moralidad de nuestros dirigentes.

Cuando las mujeres empezaron a levantar la voz contra el tratamiento injusto y desigual en los ámbitos del empleo, la educación, los tribunales y las finanzas, entre otros, les hicieron el ridículo.

Cuando protestaron y salieron a marchar, se les tildó de radicales y descontentas. Gracias a estas mujeres que protestaban, podíamos ver la negación de sus derechos fundamentales.

Muchos ven que algunos de los del 1% no se “ganaron” en realidad su riqueza. Más o menos se la hicieron con engaños, o con lo que tiene viso de hurto, y a cuestas y por el infortunio de los del 99% quienes son nuestros vecinos – que están sufriendo y que ahora levantan la voz.

Existen los que rápidamente quieren desechar a los ocupantes de Wall Street, llamándolos problemáticos, desorganizados y diciendo que no tienen un mensaje claro. En vez de matar al mensajero con echarle la culpa, deberíamos considerar su agravio como un síntoma de la erosión de los valores en nuestro país, la falta de consideración, de equidad, de justicia y el haber perdido la esperanza que si vives según las reglas y trabajas duro, podrás hacer realidad el sueño americano.

En vez de ver a los ocupantes cual grupo marginal de radicales, hay que verlos como individuos quienes han expuesto la manera en que los valores que formaron a esta nación se han pervertido. Fueron los radicales quienes establecieron las creencias que llevaron a formar el carácter de nuestra nación. Ahora los llamamos patriotas. Fueron los que expusieron las injusticias y dijeron, “Basta ya”, así como lo hacen los radicales de hoy en día.

Es esa la fortaleza de nuestra nación. Siempre ha contado con algunos disiden- tes quienes nos ayudan a ver cómo, mediante nuestra dejadez y actitud de “lo mío ya lo tengo”, hemos perdido el deber moral que tenemos cada uno de nosotros de le- vantar la voz cuando vemos una injusticia y ponernos a trabajar para corregirla.

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