Safaris de Concreto en pleno Nueva York

Estudiantes de la PS 102 son pequeños agricultores que recolectan la siembra

Aunque a la mayoría le cueste aceptarlo, está oscureciendo cada vez más temprano en la ciudad y esa sensación de que ‘ya es de noche’, hace que muchos deseen guardarse en sus casas aunque el reloj marque las 4 de la tarde. Si a ese manto nocturno y negro se le agrega una lluvia copiosa y persistente como la que cayó hace unos días, la fórmula sólo acepta un resultado: refugiarse puertas adentro lo más rápido posible.

Pero para 16 estudiantes de entre 7 y 8 años mojarse en la oscuridad simplemente agrega condimentos extra a una ya de por sí fantástica aventura: cosechar vegetales de una huerta enclavada en pleno Spanish Harlem.

Enfundados en impermeables y empuñando paraguas de Cinderella y otros personajes infantiles, el valiente grupo de agricultores –todos estudiantes de la PS 102– se dio a la tarea de recolectar lo sembrado unos meses atrás.

“Chicos, vamos a empezar por los collard greens y el perejil”, les encomendaba la fundadora de esta iniciativa, Mac Levine, tratando de no tragar agua de lluvia mientras daba las instrucciones de por dónde cortar el cabo para aprovechar más las frondosas y verdes plantas.

“Con esto me voy a hacer una rica sopita”, anticipaba uno de los pequeños. “Para mí va a tener mejor gusto con un poquito de sal y aceite”, agregaba otro después de probar un poquito.

Sin soltar la descomunal bolsa de plástico donde iban atesorando las verduras, Ms. Mac acomodaba con su mano libre la capucha de algunos de los chiquitos. “Hace poco, antes de la nevada, sacamos unos 9 canastos repletos de albahaca”, afirma.

“Fue tanta cantidad que le dimos a todas las familias de los niños y luego fui por los comercios de El Barrio regalando plantas”.

La huerta, organizada en varios canteros rectangulares con plantaciones de lechuga, porotos, brócoli, frutillas y rosemary, según la época, es una especie de oasis en medio del cemento que la rodea –principalmente los projects ubicados entre las calles 97 y 99 y la 2da. y 3ra. avenidas y aparece de repente, como un manchón colorido entre el paisaje predominantemente urbano y gris.

Mac vivía en la calle 106 cuando en 2008 notó algo que no le gustó nada: “Uno camina por estas zonas, East y Central Harlem y sí, se ven parques, se ven plazas con juegos, pero muchas veces en vez de ser usados por chicos, estos lugares son el lugar de encuentro de vendedores y consumidores de drogas entonces los niños no los usan. La inseguridad también hace que muchas familias prefieran estar en casa a salir y quienes se perjudican más que nada son los chicos que necesitan quemar energías, explorar y sobre todo divertirse”.

Hiper activa, deportista y amante de patinar por todo Nueva York –los patines colgados al hombro parecen ser una parte más de su cuerpo– Mac se empecinó en hacer algo por cambiar esto y lograr que los pequeños pudieran disfrutar más al aire libre.

Luego de un viaje a Africa en el que escaló el Kilimanjaro, un volcán dormido de más de 19,000 pies, Mac se autoconvenció de que ella era capaz y creo Concrete Safaris.

“Llamé a casi todos los centros comunitarios del área ofreciéndoles mi idea”, cuenta. “Muchos ni me escuchaban o me cortaban rápido el teléfono porque, claro, yo no tenía mucha experiencia más que haber voluntariado desde los 12 años y mi pasión por el deporte”. Su golpe de suerte fue dar con Rising Stars, un programa de la Asociación Union Settlement, que provee programas y actividades para que los niños de hogares humildes puedan hacer actividades interesantes después de la escuela.

“Ni sabía que terminaríamos con un proyecto tan ambicioso de jardinería”, comenta, “pero lo más inteligente que se me ocurrió fue preguntarles a los propios niños qué querían hacer y fueron ellos los que eligieron”.

En esa misma tónica de permitirles a ellos tomar sus propias decisiones, son los estudiantes los que deciden qué sembrar. “Una vez que analizamos el tipo de suelo y el nivel de sombra que hay en el lote, ellos hacen una encuesta y luego votan sobre qué sembrar”.

Con dos huertas en pie –Mad Fun Farm y Paradise Garden establecidas en lo que antes eran basurales– Concrete Safaris trabaja con estudiantes de 7 a 11 años y además de plantar, los niños toman clases de natación, aprenden a andar en bicicleta y realizan caminatas y carreras en el Parque Central.

“Estos son chicos que pasan el weekend dentro del apartamento porque sus padres están trabajando y ésta es su única posibilidad de ejercitarse”.

Gracias a la huerta muchas familias también están aprendiendo a comer mejor. “Los chicos amarran los vegetales con bandas elásticas y se los llevan a sus casas y sé que cocinan con ellos porque muchos de los padres vuelven buscando más”.

Para donar o involucrarse visite: concretesafaris.org

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