En un lejano y frío lugar

Alaska es para sus latinos un cálido paraíso en medio del frío y las soledades del norte

JUNEAU, Alaska – Es el último día de la temporada turística en este lugar enclavado entre el bosque húmedo de las montañas y algunos canales del océano Pacífico, en el sureste de Alaska. Como en una película, los comerciantes del primer cuadro empiezan a desocupar las tiendas como si se avecinara un temible monstruo, aunque podría ser algo parecido: el invierno polar.

¿Qué hacen los hispanos en un lugar como éste, lejos del sol y el calor? Esta es la tierra prometida, según la señora Gloria Orozco, oriunda de Zacapu, Michoacán, y dueña del restaurante mexicano El Zarape. “Aquí no se tiene que preocupar uno cómo anda vestido o si está a la moda. Con que ande uno bien abrigado. Para los niños no hay antros. Sí tienen sus fiestas, que les organizan las escuelas. Y el negocio va bien. Este, para mí, es el paraíso”, describe Orozco mientras prepara unos chiles rellenos, que dice, tiene que importar desde California porque acá no crecen. “Aquí hacemos lo que podemos con los ingredientes que hay”.

Pero, ¿para quién prepara los alimentos esta señora, cuando la última embarcación cargada de turistas partió un día antes hacia el sur, a tierras más cálidas?

“No se crea,”, responde Gloria, “aquí no llegan tanto los turistas, ellos llegan rápido a comprar chucherías, recuerditos, y se vuelven a subir rápido al barco. Mis clientes son más bien locales”. Y sobre el frío: “se acostumbra uno”, dice la señora, quien opera dos locales de comida mexicana en Juneau, con ayuda de su esposo, sus hijos e hijas, y hasta una sobrina californiana y amigas locales.

Los latinoamericanos que llegan a Alaska trabajan principalmente en el área de servicios, como en hoteles, restaurantes, hospitales o en la construcción, dice una mujer con más de 40 años en Juneau: la esposa del alcalde, Guadalupe Álvarez, mejor conocida como Lupita. Nacida en la Ciudad de México, por cosas del amor llegó a Juneau para quedarse y casarse.

“Yo era bailarina, así conocí a Bruce (Botelho, el alcalde). Anduvimos de gira en la misma compañía por todo el mundo. Nos enamoramos. Cuando llegué a Juneau era un día hermoso, soleado y brillante. Me enamoré del lugar. Nos casamos y así seguimos bailando juntos desde entonces”, dice Lupita en la oficina del alcalde donde, por cierto, todos hablan buen español.

A pesar de que Juneau es la capital política del estado, la mayor actividad de hispanos, reconoce Lupita, ocurre en Anchorage, donde hay más organización y coordinación entre ellos. Incluso, explica, los legisladores llegan a Juneau cada enero, a principios del año, trabajan en su agenda y en marzo están de vuelta en sus lugares de trabajo, en Anchorage, la mayoría.

Manuel Hernández, un microempresario nacido en Monterrey (México) que atiende en Choco, una boutique en el centro de Juneau, reconoce que la comunidad hispana es unida, aunque “por egos, nunca nos hemos podido organizar. Aquí hay muchos que se compran su camioneta del año y ya no te hablan. Sí falta trabajar más en eso”, acepta y revira: “la verdad es que sin nosotros este lugar no tendría tanta vida, nosotros, los latinos, aportamos nuestra creatividad y originalidad”.

Chilenos, argentinos, colombianos o mexicanos son la mayoría de representantes de Latinoamérica por estos rumbos. “Lo que pasa es que, mire”, intenta explicar la dueña de El Zarape, la señora Gloria, “aquí hay muchos que se casan con los gringos y ya no se sienten dentro de la comunidad, se van haciendo como más ellos, más gringos”.

Lo cual podría resultar cierto, cuando una guía de turistas colombiana refiere que no puede hablar sobre la comunidad hispana en Alaska, “porque yo conozco más de lo que es de acá”.

En esta película, las calles estrechas de Juneau parecen cada vez más desoladas. Los aparadores de las joyerías no lucen el oro de Alaska que anuncian en los ventanales. Ni la tienda de souvenirs muestra las camisetas con el 50% de descuento que invita a comprar casi toda la tienda. Poco a poco, Juneau se va convirtiendo más en un pueblo fantasmal. O mejor dicho, los habitantes locales empiezan a ganar más su territorio.

Varios mexicanos, a finales de septiembre y principios de octubre, abandonan sus puestos en las empacadoras de pescado y regresan a sus hogares en México, o siguen con la labor agrícola en estados como Washington o California.

Todas las tiendas del primer cuadro pertenecen a las mismas compañías que operan los viajes turísticos: “se van los barcos y cierran las tiendas”, dice Lupita.

Así, hasta marzo, que regrese el salmón. Y los turistas. Y la vida.

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