Antes que Santa, llega Isidoro

El mexicano Isidoro Avilés transforma el espacio más corporativo en una postal

Usualmente, basta mirar las caras de los empleados ingresando a sus oficinas para adivinar qué día de la semana es. Rostros sombríos, ojos medio tristes y la añoranza de que el fin de semana llegue ya son clara evidencia de que es lunes. Pero los cientos de ejecutivos, secretarias y consultores que trabajan en las distintas firmas de la torre ubicada en el 570 de Lexington, –Lex. y la calle 51–, vienen quebrando esa regla desde hace unos días cuando al ver el lobby del edificio lo único que atinan a hacer es sonreír, incluso los lunes.

Es que el edificio, generalmente vetusto y oscuro parece otro: un lugar mágico, repleto de guirnaldas colgando de los techos en tonos rojos, dorados y verdes; voluminosas coronas navideñas en las paredes y al fondo del largo corredor, un árbol navideño de 15 pies cuyas luces hacen que aquél lobby parezca perpetuamente soleado.

Más al norte, en un lobby del Upper East Side, –esta vez de un edificio residencial– los niños que allí viven levantan bien alto sus cabezas para poder apreciar el gigante árbol navideño y llegar a ver el enorme moño carmín que adorna su punta. Bien pegados, casi sin espacios entre uno y otro, ositos de peluche, dulces de jengibre y muñecos de nieve completan la decoración que deja a los pequeños boquiabiertos y a sus madres apurándolos para que abandonen el hall de entrada y suban a sus respectivos apartamentos.

La escena se repite a lo largo de Manhattan en un sinnúmero de edificios y entradas de hoteles, restaurantes y hasta barras de bares que desean cautivar a sus clientes con la particular mística navideña que se respira ya desde ahora en Nueva York.

Para los pequeños, la mano detrás de estas decoraciones de ensueño es la del mismísimo Santa pero lo cierto es que el responsable de estas ambientaciones es un mexicano de Morelos llamado Isidoro Avilés, capaz de transformar el más corporativo de los espacios en una postal digna del Polo Norte.

“Llevo ya más de doce anos dedicándome a esto”, sostiene Isidoro con un mar de esferas plateadas a sus pies esperando ser colocadas una en las ramas de un árbol todavía despojado. Estos ‘operativos navideños’, que lidera el mexicano demoran varias horas y ocurren, generalmente, tempranísimo para no interferir con la rutina de los edificios. “Llegamos a las cinco de la mañana y antes del mediodía todo debe estar listo”, anuncia mientras cuelga una corona de muérdago.

Los árboles, explica Isidoro, son artificiales –para que no requieran demasiado mantenimiento– y van desde los 7 a los 15 pies, según lo desee el cliente. Parado en la base de uno de los más altos, este verdadero experto en todo lo relacionado con la natividad, parece diminuto y para colocar las últimas piezas debe ayudarse de una escalera que no parece tener fin.

Isidoro trabaja para Park Avenue Floratique y junto con el dueño de la tienda, el griego Theo Magen, deciden qué enfoque darle a las distintas decoraciones. “Nos fijamos en todo”, comentan. “El estilo arquitectónico del lobby; si se trata de uno moderno y vanguardista o tradicional y conservador, el color de la pintura, y, por supuesto, quienes serán los que disfruten del árbol todos los días”.

Cuando hay niños, los muñecos y los dulces abundan dado que llaman más su atención. “Para mí es un gusto verlos tan cautivados por algo que yo mismo puse en pie”, dice Isidoro. “Les veo las caritas contentas y ni me la creo que lo haya hecho yo. Claro, a veces hay que decirles que no se lleven los osos y que no intenten probar las galletas porque lucen tentadoras pero no son reales”, agrega risueño recordando quizás la imagen de alguno que les dio un mordisco.

Los diseños más elaborados requieren para su armado de un equipo de hasta 10 personas –la mayoría hispanos– que como primer paso, ensamblan el tronco que viene dividido en partes. Terry, puertorriqueño, es el encargado de crear los moños y se lo ve sentado en uno de los sillones de un lobby desandando un anchísimo carretel de cinta escocesa.

El ritmo es fuerte. “Cada temporada armamos más de cincuenta árboles”, cuenta este hombre de 37 años y bigote cortito y fino y “deben estar listos a más tardar la primera semana de diciembre”.

En la tienda, también decorada por él, hay adornos navideños verdaderamente estrafalarios. “Aquí hay para todos los gustos”, dice. “Si tu pasión es el fútbol, le puedes poner balones de fútbol a tu árbol; si te gusta el béisbol, tenemos estos con playeras de los Yankees”.

Para su propia Navidad, Isidoro se confiesa más apegado a las tradiciones. “La paso en familia, con mi esposa, nuestras dos hijitas y primos. Para nosotros, el tamaño del árbol no es importante, si no celebrar la acostada del Niño Dios y estar juntos”.

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