En la vida de un taxista, cada día es una ruleta

Anécdotas jocosas que han vivido algunos choferes en las calles de esta ciudad

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Crédito: Fotos: Jose Acosta / EDLP

NUEVA YORK – Uno se tuvo que convertir en árbitro de lucha libre, a otro le pagaron el viaje con un paquete de basura, y a otro le montaron dos perritos como pasajeros.

Ellos son taxistas sin medallón aquí en la ciudad de Nueva York, quienes, por su contacto permanente con toda clase de gente, son una fuente de anécdotas de todo tipo.

Muchas de estas historias, algunas jocosas, otras escabrosas, ocurren durante el mes de diciembre, cuando las festividades parecen alterar los ánimos de algunos pasajeros.

Como el caso de Guillermo Paula, de 45 años, un veterano de 18 años tras el volante, quien durante las festividades montó en su taxi a una mujer en la calle 179 de Manhattan y la llevó hasta la calle Caport, en El Bronx.

“Era blanca, llevaba una caja grande que colocó junto a ella en el asiento trasero, y me dijo que me iba a contratar por hora. Como era una mujer de ojos azules, yo asumí que tenía dinero y me dije: ‘ya hice mi día’”, señaló el taxista.

Eran las seis de la tarde cuando Paula la llevó a su destino, la mujer se apeó del vehículo, dejó la caja en el auto y entró a un edificio lujoso, “hasta con portero y todo”.

“Yo estaba tan confiado esperando a la mujer, que hasta me dormí. Cuando desperté cerca de las 9 de la noche y no vi la mujer, me bajé de carro y le pregunté a portero si la conocía, y éste me dijo que si ella me había dejado una caja era mejor que la revisara”, dijo Paula. “Y cuando destapé la caja, me llevé tamaña sorpresa: estaba llena de basura, cáscaras de plátanos y hasta un pintalabios roto”, señaló.

Rufino Gutiérrez, de 49 años y 12 como taxista, el día de Año Nuevo de 2009, montó a cuatro muchachas afroamericanas en Manhattan, y fue tal la pelea que se armó entre ellas, con trompadas y arañazos, que el taxista tuvo que convertirse en árbitro de lucha.

“Yo traté de sacarlas del auto, pero ellas se negaron y siguieron dándose golpes”, dijo Gutiérrez. “Yo manejé hasta la comisaría más cercana y se las entregué a la policía para que resolvieran el problema”, agregó.

Ernesto Peralta, de 49 años y taxista desde hace 12 años, dijo que lo más extraño que le pasó fue en la Navidad pasada mientras circulaba por la calle, y de repente su base, la Riverside, se quedó en silencio, no se escuchaba a los despachadores hablando por la radio.

“Yo me extrañé, y fui a la base a ver qué sucedía, y cuando llegué me encontré que la esposa de uno de los despachadores, que había ido a felicitarlo por Navidad, le estaba dando golpes a la amante de éste, que también había ido a felicitarlo”, dijo Peralta.

Fernando Reynoso, de 52 años, el protagonista del lío de faldas, ahora se ríe de lo que le sucedió aquella noche, y asegura que luchó mucho para poder reconquistar a su esposa.

“Son locuras que uno comete, pero ya aprendí la lección”, dijo Reynoso.

El caso de Isidro Alcántara, narrado por sus colegas, deja a los escuchas muertos de la risa. Según Damián Rodríguez, presidente de First Class de Manhattan, un día de diciembre Alcántara llamó a la base pidiendo un intérprete, porque los dos pasajeros que le habían montado en el asiento trasero le hablaban en un idioma que él no podía entender.

“Uno de los despachadores se ofreció de intérprete, y cuando Isidro le puso al teléfono a los pasajeros, éstos en lugar de hablar se pusieron a ladrar”, dijo Rodríguez riéndose. “Lo que pasó fue que una señora paró el taxi, abrió la puerta y dejó dos perritos, cerró la puerta y nunca regresó”, señaló.

Rodríguez dijo que al parecer la señora quería deshacerse de sus mascotas y prefirió dejarlas en un taxi a abandonarlas en la calle, y el pobre Alcántara tuvo que quedarse con los perritos.

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