Neoyorquinos buscan el verdadero sentido de la Navidad

Cuando todo dice que el éxito está en lo material, vale la pena sopesar qué provoca la felicidad duradera

La locura del consumismo llega a su momento cumbre en el llamado 'viernes negro', donde el tira y jala de la gente por obtener gangas no respeta si hay que pasarle por encima  a un muerto o rociarle gas pimienta a un niño. En  la foto,  policías tratan de parar la masa de compradores que intenta entrar a una tienda por departamentos el viernes negro de este año.

La locura del consumismo llega a su momento cumbre en el llamado 'viernes negro', donde el tira y jala de la gente por obtener gangas no respeta si hay que pasarle por encima a un muerto o rociarle gas pimienta a un niño. En la foto, policías tratan de parar la masa de compradores que intenta entrar a una tienda por departamentos el viernes negro de este año. Crédito: AP Archivo / The Minnesota Daily, Mark Vancleave

Nueva York – Shakir Farsakh y su esposa Hasna no intercambian obsequios en los últimos días del año, pero sí aprovechan el tiempo libre para estar en familia. “La gente gasta mucho en estos días y más de lo que pueden”, dice Hasna, quien vive en Manhattan. “Nosotros, en cambio, no compramos en viernes negro y estudiamos lo que queremos antes de adquirirlo”. El consumismo es positivo para la economía, dice, pero “también hace que las personas vivan estresadas” por las deudas.

“En esta sociedad, todas las fechas simbólicas – Navidad, Hanukkah, 4 de Julio y hasta el Día de Acción de Gracias – se han convertido en ritos de consumo”, dice la profesora de Brooklyn College, Irene Sosa, autora del documental Shopping to Belong (2010).

“La publicidad empuja a cumplir estos rituales que crean una idea falsa de prosperidad. Y muchos los asumimos para llenar vacíos y sentir que somos parte de esta sociedad”.

Consumir gratifica al instante, pero acarrea serias consecuencias para el individuo, la sociedad y hasta para el ambiente.

Más de 152 millones de estadounidenses aprovecharon las ofertas del pasado viernes negro, en una jornada en la que hubo decenas de heridos y hasta una mujer roció spray pimienta a más de 20 personas, incluidos niños, en una tienda Wal-Mart.

“Cada año tenemos historias como esas”, dice Sosa, que muestran que en una sociedad donde el éxito se mide por lo que se tiene, pareciera que los valores como el respeto a la vida y al prójimo se han perdido.

Aunque a Mary Ferreyra, de New Jersey, poco les alcanza lo que produce para mantener a su esposo y tres niños, aprovecho el viernes negro para comprar regalos. “Mi hijo quería el X-Box y conseguimos el mejor precio”.

En estos días, ella hace concesiones a diario, pero no dormiría sin alimentar a su familia. “Yo no entiendo a la gente que se endeuda para impresionar a los demás”. Ferreyra dice que sus padres le enseñaron el valor del dinero y el trabajo. “Por eso evito tentaciones, porque todo impulsa a gastar”.

La socióloga y profesora Frances Negrón-Muntaner, directora del Centro de Estudios sobre la Raza de la Universidad de Columbia, entiende el consumo en términos de lógicas económicas y de necesidades sociales.

“Una chica compra la ropa de JLo porque se identifica como latina y quiere pertenecer y comunicar su identidad en una sociedad divida por razas”; mientras que el proveedor explota la necesidad de reafirmación que ella tiene “en una sociedad que denigra su identidad etno-racial y estereotipa su sexualidad”.

Los 48 millones de latinos de Estados Unidos son un blanco fácil de este bombardeo consumista. Según el informe Consumidores latinos (Packaged Facts, enero 2011), “mientras el gasto de consumidores no hispanos ha caído durante la recesión, los latinos han gastado más”.

El mercado explota muy bien esas necesidades humanas de pertenencia, riqueza y aceptación social para incentivar el llamado consumo pasivo, “que solo enriquece a unos pocos”, acota Negrón-Muntaner.

“Si la energía y el capital se usarán para crear sistemas económicos y políticos basados en la participación, la creatividad y la reciprocidad, las personas se sentirían más conectadas a otros y más satisfechas que cuando van de compras”.

Negrón-Muntaner advierte sobre los efectos nocivos a todo nivel. La fuerza laboral que produce esas mercancías a precios accesibles “hace trabajos repetitivos, poco satisfactorios y mal pagados”.

El consumo “no resuelve problemas sociales como el racismo, la discriminación, la pobreza y el sexismo”.

Tampoco es la fuente de la felicidad.

Una investigación de la firma Accenture, publicada por USA Today, reveló que las pérdidas por devoluciones de productos en este año serán de 17 millones de dólares. En 27% de los casos, la causa del retorno de mercancía fue remordimiento del consumidor.

“Tener algo nuevo me hace sentir bien”, comenta Irma Martínez, residente de Queens, “pero casi siempre compro cosas que no duran y eso me deprime más”.

Consumir es “una adicción que subraya nuestra belleza, estatus social y capacidad para dar” – asegura Negrón-Muntaner – , aunque se ha comprobado que la verdadera felicidad está en ser parte de una comunidad, relacionarse con otros, ser creativos y perseguir los sueños personales.

“Eso sólo nos lo podemos dar los unos a los otros”, concluye.

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