¿Perdonarlos aunque saben lo que hacen?

Estos no son trapitos sucios para lavar en casa. Lo que se esconde en algunas sacristías y se encubre en ciertas arquidiócesis de la iglesia católica es una inmundicia, la cual no se limpia con el mejor blanqueador del mundo.

La desilusión invade mi corazón desde hace mucho tiempo y no es falta de fe en Él, ni en la religión. Es la pérdida de credibilidad y confianza en quienes están a cargo de guiarnos espiritualmente.

Algunos de ellos esconden asquerosidades debajo de la sotana, como el obispo canadiense Raymond Lahey, de 71 años, quien confesó ser adicto a la pornografía infantil. Fue condenado a 15 meses de prisión, pero salió libre la primera semana de enero de 2012, al acreditársele el tiempo que estuvo encarcelado. En una revisión rutinaria de aduana, en 2009, las autori- dades de Ottawa hallaron en su computa- dor fotografías de niños en actos sexuales mientras llevaban crucifijos y rosarios.

Mientras salía libre el cura pornógrafo, nos enteramos de otro escándalo en Los Ángeles, California, donde el obispo auxiliar, monseñor Gabino Zavala, de 60 años, confesó ser padre de 2 hijos.

El pastor de ovejas descarriadas, resultó ser un pícaro mentiroso y el Papa Benedicto XVI, que ya sabía el desliz, le aceptó la renuncia en medio del desencanto de los feligreses.

¿La bendita obligación de mantener la castidad y el celibato, lleva a los sacerdotes a engañar, a esconderse y a “pecar”?

No lo creo. Opino que es una descarada doble moral de estos curas, que tienen vidas secretas, algunos homosexuales u otros con hogares clandestinos.

Me hierve la sangre, en especial cuando uno es acusado de pecador por reglas absurdas que imponen de manera intolerante.

Esta semana, mi esposa y yo, fuimos nombrados padrinos de la boda de mi cuñada, pero el párroco de su barrio resolvió repudiarnos por vivir en pecado: nos casamos por lo civil porque, por ahora, no podemos volver a escuchar la marcha nupcial en una capilla debido a que soy divorciado. Esta ordenanza canónica es una interpretación de la ley de Dios y castiga aunque el creyente esté dispuesto a corregir su rumbo y repetir el voto de fidelidad.

Es necesario recordar que Jesús jamás mencionó el matrimonio como tal. Entonces, ¿es fruto de una reflexión teológica de quienes siguieron sus enseñanzas? Las costumbres judías de la época eran que la unión de una pareja, no implicaba un acto religioso específico, sino una promesa y un contrato escrito.

Lo irónico es que quienes pagan una cifra jugosa al Vaticano, obtienen la anulación y vuelven a ser puros.

Y ni hablar del bautismo. Algunos curas se niegan a dar este sacramento, argumentando que un hijo nacido fuera del matrimonio católico es producto “del pecado”. Por consiguiente, el bastardo arderá en el infierno a su muerte, aunque pudiera comprar su perdón refugiándose debajo de las sotanas profanas.

Sin lugar a dudas soy candidato para la excomunión de forma automática por la ley canónica de ellos, acusado de apostasía, herejía o cisma, por cuestionar las reglas y a los soberbios que las imponen.

¿Hay que perdónalos? ¡Sí! ¡Aunque ellos saben lo que hacen! Entre tanto, yo seguiré siendo católico, apostólico y humano.

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