Calabazas: el lado bueno

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Crédito: thinkstock

Madrid – El Diccionario, al hablar de las calabazas, nos informa de que dar calabazas a alguien equivale a reprobarlo en un examen; inmediatamente después, aclara que también puede usarse para expresar que ese alguien ha sido “desairado o rechazado cuando requiere de amores”, en un arrebato poético que uno jamás esperaría de una cosa tan seria como el DRAE.

Vemos, pues, que las calabazas resultan ser algo no deseable, un fruto que mejor que, al menos en su sentido metafórico, se mantenga alejado de nuestra vida cotidiana. Sin embargo, la presencia de las calabazas, pues de estas cucurbitáceas hay que hablar en plural, dada la enorme cantidad de especies y variedades existentes, es una constante en nuestra vida.

La calabaza, con sus muy variados nombres (ayote, zapallo, auyama…), tiene bastantes usos culinarios. Fundamentalmente, su aportación es cromática, pero también aporta dulzura, lo que hace que se emplee en repostería.

Laven, pelen y corten en daditos una zanahoria, un puerro y una cebolla. Pongan un poco de aceite de oliva en una olla y sofrían las verduras hasta que se ablanden. Incorporen entonces una papa, así como medio kilo de calabaza naranja. Cubran con un caldo, que puede ser de verduras o puede ser de ave, y dejen hacerse a fuego suave unos 40 minutos. Trituren todo y sírvanlo acompañado de trozitos de pan tostado y un poco de queso rallado.

Prueben… y ya verán cómo empiezan a relativizar la importancia de las calabazas.

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