El asco republicano

Luego de una semana de vacaciones forzadas (enough said!), vuelvo al oficio de columnista. (¿Mejor decir “columnero?”).

Esta semana ofrezco un párrafo sobre un tema que nos concierne: el asco republicano. Asco en el sentido concreto: no hay entre los candidatos republicanos a la presidencia uno siquiera que inspire admiración. Tenemos ante nosotros a cuatro monigotes (aunque sé que para cuando mi lector tendrá estas líneas enfrente quizás la lista se haya encogido).

Doy los pros (que son pocos) y los contras (que son muchos) uno.

Simpatizo con la visión populista de Ron Paul en lo que se refiere a la política exterior. Sin duda la mejor opción que tenemos es desmantelar nuestra quijotesca artillería internacional y enfocar la energía militar en esa otra guerra: la doméstica. Nuestras ciudades están en ruina, nuestro sistema escolar es una calamidad, y, por supuesto, la pobreza que nos circunda es desorbitante. ¡Que nuestros soldados luchen en esas batallas y no en otras que no nos incumben! En sus otras dimen- siones, Paul no merece mayor atención. Los jóvenes lo aplauden porque son jóvenes y no porque sus ideas sean válidas.

De los tres sobrantes, Santorum quiere vivir en la Edad Media. Su inteligencia es obvia pero no parece usarla apropiadamente. Su opinión sobre el aborto y los anticonceptivos hacen del actual ocupante del Vaticano un mero liberal. Mitt Romney es el candidato más serio, aunque no el más completo. Su rigidez como orador hace pensar en Al Gore como una figura dinámica.

Romney ha logrado algo que hace unos meses parecía imposible: que los republicanos ataquen el capitalismo como un sistema económico despiadado. Esa actitud solía ser propiedad de la izquierda. El que se le acuse de tener éxito financiero es ridículo en un país donde el éxito se mide siempre -o casi siempre- en dólares.

De Newt Gingrich, confieso que he intentando buscar en mi léxico tan sólo una palabra gentil, caritativa, pero no la encuentro. El hombre me resulta deleznable. Fue Gingrich quien acusó a Bill Clinton, en una campaña ideológica diseñada para derrumbarlo como líder, de ser infiel. Lo hizo mientras él mismo era infiel a su segunda esposa. ¿Qué premio darle por semejante hipocresía? Ni hablar de sus lecciones intelectuales sobre historia nacional, que ni son lecciones ni hablan sobre la historia sino que pervierten de forma subjetiva lo que el pasado fue (o pudo ser) en los Estados Unidos.

Carolina del Sur se caracteriza por una visión conservadora retrógrada, anquilosada, que para nada es representativa de nuestro quehacer común. Sin embargo, el ganador en ese estado sureño es siempre el candidato del partido. ¿Será distinto en esta ocasión?

En última instancia, el asco que despiertan estos cuatro candidatos es bueno para el resto de los mortales porque nominar un monigote para que suplante al presidente Obama será benéfico para Obama, quien, sobra decirlo, tiene defectos pero ninguno tan grande como los más pequeños de cualquiera en esta repulsiva galería republicana. En fin, he aquí las palabras semanales del columnero. (¿O columnente?)

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