Sobre la esencia en el cine

Hace unos días vi el film The Artist. Decir que me conmovió es describir una reacción emocional. En esta nota no quiero hablar de mis sentimientos sino del argumento anacrónico que propone: que el cine mudo es viable hoy, en la época del hiperrealismo.

Empezaré con una referencia a la nota que escribió Borges, “Sobre el doblaje” (Discusión, 1935), que, a pesar de mis repetidas lecturas a través de los años, sigue inquietándome. El argentino impreca contra el mecanismo a través del cual se reemplaza la voz de un actor en su idioma original por la de un sustituto en un idioma extranjero. Le molesta tal destreza porque la esencia de una persona, según él, está en su voz. Sustituir esa voz es atentar contra esa esencia.

Creo que el argumento es irrisorio. Ver una película mudo no implica que los actores carezcan de esencia. De igual forma, presenciar una cinta sonora en la que los actores desempeñen sus papeles maquilados, enmascarados o deformados por efectos-o, mejor decir, defectos-ópticos no es artificial porque cine y artificio son sinónimos. Dustin Hoffman, vestido de mujer, en Tootsie, su voz ligeramente alterada, es Dustin Hoffman.

Lo mismo debe decirse de los idiomas extrínsecos al actor: Dolores del Río desempeñando un papel en inglés, Marlon Brando uno en italiano, Kristen Scott Thomas uno en francés. Puede que estos actores se sientan cómodos en una lengua que no es la suya pero su esencia individual sigue intacta. Hablar en palabras foráneas no es dejar de existir; es existir, ser el mismo, en dos dimensiones. De igual forma, el doblaje y los subtítulos encubren esa esencia pero no la cancelan.

El protagonista de The Artist es George Valentín, un apuesto actor del cine mudo en los años veinte. Su inadvertido romance con Peppy Miller, una de sus fans y aspirante a actriz coincide con la transición a la época sonora. Espontáneamente, él baila con ella el tap. Pero Valentín, su sonrisa devastadora, se considera a sí mismo un artista. Prefiere la mudez a la voz, lo que conlleva su eclipse ante el público. Miller, al contrario, asciende al estrellato. Al final, ella lo rescata a él de su miseria con una estrategia tan ingeniosa como audaz: el baile.

La trama del film se desarrolla casi sin palabras. Solo al final Valentín pronuncia un par de ellas. El momento es clave: esas palabras denuncian su acento francés. Denuncian, asimismo, su dimensión multifacética: por ser artista, su medio es su mensaje. Y su medio, según el personaje, es la mudez.

¿Por qué nos parece insólito ahora este mensaje, que el artista puede expresarse sin sonido? Porque pensábamos que el cine mudo era una especie extinta. Porque creemos, en el falso silogismo de Borges, que nuestra esencia está en el todo: la voz, el rostro, el cuerpo. En realidad, esa esencia está en las partes del todo.

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