Sobreviviente: ‘nadé todo lo que pude’

Dramático relato de inmigrantes dominicanos rescatados tras naufragio

María Sobeida Guzmán, sobreviviente del naufragio de una yola, permanece en el hospital, tras su rescate en Sabana de la Mar, en República Dominicana.

María Sobeida Guzmán, sobreviviente del naufragio de una yola, permanece en el hospital, tras su rescate en Sabana de la Mar, en República Dominicana. Crédito: Manuel Antonio Vega, Listin Diario / AP

SANTO DOMINGO – Había unas 70 personas a bordo y todas sabían que la rudimentaria lancha estaba sobrecargada. Pero la esperanza de llegar a Puerto Rico sin permiso migratorio era más fuerte que el miedo al mar. Quizás nunca imaginaron que sólo unos pocos sobrevivirían, narran algunos sobrevivientes del último naufragio..

Apenas dos horas después de zarpar de entre apartados manglares en la oscuridad de la noche y bajo una ligera, pero pertinaz llovizna, algunos de los viajeros notaron que la fibra de vidrio de la lancha de apenas unos 38 pies de eslora estaba despegada de la madera.

Aunque pidieron al capitán volver a la costa, ya era tarde; dos grandes olas inundaron la pequeña embarcación repleta de inmigrantes clandestinos, muchos de ellos sin saber nadar, todos sin salvavidas y, como ocurre en los viajes similares, sin ninguna protección.

“Todos mundo gritaba, pero estábamos muy lejos, nadie nos iba a escuchar”, narró Luis Cortorreal, al recordar que en el momento del naufragio, la madrugada del 4 de febrero, aún podía ver las luces de los hoteles de la turística península de Samaná, en el noreste de República Dominicana.

Otros, como Franklin Santos, intentaron infructuosamente sacar el agua de la lancha, usando latas vacías, pero cada ola fracturaba aún más la yola, como llaman los dominicanos a las lanchas fabricadas de forma artesanal casi exclusivamente para las travesías clandestinas al territorio estadounidense de Puerto Rico.

Santos, quien vivió sin permiso migratorio en Nueva York ocho años, narró cómo los viajeros peleaban entre sí para aferrarse a algún contenedor de gasolina y usarlo como flotador.

El capitán de la lancha llevaba entre 12 y 14 contenedores de gasolina como reserva para el viaje de unas 36 horas que toma el recorrido de 265 kilómetros desde la bahía de Samaná a Puerto Rico y que incluyen las peligrosas corrientes del canal de La Mona. La gasolina no fue utilizada, pero los recipientes sirvieron para que un puñado de viajeros salvara sus vidas.

Experiencia similar vivió María Sobeida Guzmán. Ella intentaba viajar por primera vez a Puerto Rico en busca de un mejor futuro como manicurista y al ver que la lancha se hundía se aferró a un recipiente de plástico, desde donde vio cómo las dos amigas con quienes emprendió la travesía morían ahogadas.

“Nadé todo lo que pude, cuando salió el sol pensé que nos iban a rescatar y no recuerdo más. Pero cuando me trajeron al hospital me dijeron que era la una de la tarde”, recuerda Guzmán, la única de las 10 mujeres a bordo de la lancha que sobrevivió al naufragio.

Esos 13 viajeros que sobrevivieron tuvieron que nadar entre siete y ocho horas bajo el intenso sol hasta que pescadores de la zona de Sabana de la Mar comenzaron a rescatarlos.

Para formar parte del fatídico viaje, que con 54 muertos y una decena de desaparecidos es considerado ya una de las peores tragedias de emigrantes dominicanos en la última década.

Según estadísticas oficiales, los viajes en yola de migrantes dominicanos a Puerto Rico registraron un ligero repunte a finales del 2011, luego de que su número había descendido drásticamente en los últimos tres años, cuando la crisis financiera global afectó fuertemente a la economía de Estados Unidos.Miles de dominicanos han arriesgado sus vidas al viajar como ilegales en yola a Puerto Rico.

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