El doblaje es vandalismo cinematográfico

Esta deplorable distorsión cultural es más pronunciada en América Latina.

El cine silente es otra cosa. La ausencia de lenguaje nos dejaba imaginar cómo hablaban los personajes.

El cine silente es otra cosa. La ausencia de lenguaje nos dejaba imaginar cómo hablaban los personajes. Crédito: The Weinstein Co.

Como toda obra de arte, una buena película nos lleva a un lugar en el cual nunca hemos estado, sobre todo si es un film extranjero. Nos dejan echar una ojeada a la vida y paisaje y sonidos de gente y lugares que son diferentes a nosotros, pero con quienes, a fin de cuentas, compartimos la misma humanidad.

Cuando veo una película rusa quiero ver y oír a los personajes rusos hablando en ruso. Aunque no entiendo una palabra de lo que dicen (para eso están los subtítulos), la cadencia del idioma original añade textura a los personajes, a la trama, al lugar donde ocurre la acción. ¿Quién quiere escuchar a una pareja de enamorados viviendo en Moscú bajo el yugo del estalinismo que cuando abren la boca en la versión doblada al inglés suenan como mis vecinos Joe and Suzy?

En su columna del lunes mi amigo y colega Ilán Stavans discute la película silente, “The Artist”, nominada para 11 premios Oscar este año. Allí cita “Sobre el doblaje”, un ensayo que Jorge Luis Borges publicó en 1945. Borges detesta el doblaje porque según él, la esencia de una persona está en su voz y sustituir esa voz es atentar contra esa esencia. Stavans encuentra ese argumento “irrisorio.”

Yo estoy de acuerdo con Borges. El doblaje roba al actor de su instrumento básico: su voz que modula según el personaje que representa, igual que un cellista saca diferentes sonidos de su cello según como lo exija la pieza que esté tocando. El doblaje roba al personaje y por lo tanto al público, de su paisaje emocional y trasfondo socio-económico y nivel de educación al borrar de su habla acentos regionales o extranjeros, cadencia e inflexión. En algunos casos también puede robar a la historia de elementos esenciales si, por ejemplo, el acento pakistaní del asesino es una pista vital sobre la que gira la trama.

Esta deplorable distorsión cultural es más pronunciada en América Latina debido a que todas las películas norteamericanas son dobladas en México. No importa si el personaje es una vieja judía de Los Ángeles o un afro-americano de Nueva Orleans o un mafioso italo-americano de Brooklyn, todos suenan como educados residentes del D.F.

En el pasado, cuando muchas de las películas eran dobladas en España, siempre me chocaba oír a un sheriff sucio y desgreñado enunciar en perfecto castellano: “¡Alzad las manos, matones!”

Hoy día, el mejor ejemplo es Meryl Streep, la reina de los acentos. En la comedia “The Devil Wears Prada” ella hace el papel de la jefa infernal de una revista de moda. Su voz es un estilete que punza y hace sangrar con una simple frase como “Hágalo ahora.” En la versión doblada, el hilito de veneno que siempre le corre de los labios a ese personaje se convierte en uno de miel y “Meryl Streep” suena como la dulce maestra de español que tuvimos en la secundaria.

Además, es una verdadera tragedia que generaciones de fanáticos del cine nunca hayan escuchado a Bette Davis decir “What a dump!” o a Marlon Brando quejarse “I couldda been a contender” en sus propias voces y acentos. Eso es equivalente a escuchar un vals de Strauss sin violines.

El cine silente es otra cosa. La ausencia de lenguaje nos dejaba imaginar cómo hablaban los personajes. Y si Borges estuviera vivo hoy, yo me imagino que se volvería a morir viendo alguna película doblada al español.

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