De dónde son los cantantes

No importa si son de la loma o si cantan en el llano o en una pequeña iglesia en New Jersey. No importa si han muerto o si aun viven. No importa si sus vidas personales fueron una tragedia o una comedia. Lo que importa es a donde va y donde reposa por siempre la voz del cantante que en algún momento nos llegó al alma.

Whitney Houston tenía una voz que se elevaba de la bóveda de la catedral de su garganta y revoloteaba como un coro de ángeles que le ponen al oyente la carne de gallina. Cuando una de esas voces se empata con la letra y música de una canción en particular, que traspasa idiomas y fronteras, tenemos el regalo de un himno simultáneamente secular y sagrado.

‘I Will Always Love You’ es esa canción, una declaración de amor eterno y despedida al mismo tiempo. Y al igual que los equipos deportivos retiran las camisetas de jugadores estrellas, la industria disquera y su autora, Dolly Parton, debían retirar esa canción porque nadie jamás podrá cantarla como Whitney.

A muchos puede parecerle una frivolidad la devoción que los fanáticos sienten por ciertos cantantes. Esto no es nada nuevo. Varias mujeres se suicidaron en 1935 cuando murió Carlos Gardel. En Colombia, 20 mujeres y hombres se quitaron la vida tras la muerte de Pedro Infante en 1957. Hace dos años, el fallecimiento de Michael Jackson provocó 12 suicidios.

La canción popular, de baladas a tangos, de boleros a corridos, es la poesía y filosofía del pueblo. El cantante habla por nosotros y recoge y resume nuestras penas y alegrías, lamentando o exaltando el amor que llega o que se va.

No creo que la muerte de Whitney Houston provoque tales actos de inmolación. Para muchos, ella había dejado de existir hace más de una década de retiro y abuso de drogas y alcohol que posiblemente causaron su muerte ignominiosa en la bañera de un hotel.

Pero la mayoría de aquellos que admiramos su voz, su belleza, su sonrisa, su energía y generosidad, preferimos recordar lo que nos regaló, ángeles traviesos meciéndose en sus cuerdas vocales y no juzgaremos los demonios que habitaron su cabeza.

Muchos dicen que no habrá otra Whitney Houston. Puede que sea cierto. No ha habido otra Edith Piaff y quizás no habrá otra Mercedes Sosa ni otra Celia Cruz, pero a la hora del funeral seguramente habrá otra niña negra en una iglesia de ocho bancos en Alabama o Luisiana haciendo temblar los vitrales con la cadencia y resonancia de una voz incomparable.

No importa de donde sea, no importa donde cante, algún día su voz nos llegará muy adentro y sabremos su nombre.

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