Pasiana Rodríguez, una diosa mecánica

Sobre el terreno repleto de hoyos del tamaño de cráteres los carros avanzan solos sin que sus conductores puedan hacer más que dejar quieto el volante y ver cómo sus máquinas se mecen de arriba abajo y de izquierda a derecha.

Pasiana Rodríguez es la única mecánica en Willets Point, Queens, un mundo dominado por hombres.

Pasiana Rodríguez es la única mecánica en Willets Point, Queens, un mundo dominado por hombres. Crédito: Fotos: Silvina Sterin Pensel

Sobre el terreno repleto de hoyos del tamaño de cráteres los carros avanzan solos sin que sus conductores puedan hacer más que dejar quieto el volante y ver cómo sus máquinas se mecen de arriba abajo y de izquierda a derecha.

Cualquiera con cierto amor por su automóvil pondría el grito en el cielo ante estas calles llenas de baches pero si algo pasa, están en el lugar correcto: Willets Points, la meca neoyorquina de los talleres mecánicos; la zona de Queens donde más de 250 locales de auto-repair –uno pegado al otro– compiten por atraer clientes.

En este mundo de llantas, embriagues y motores prima claramente la testosterona pero las reglas del juego cambian en la esquina de la calle 127 y la avenida 37. Allí, entre las risotadas de los hombres se escucha una más ligera y cristalina y quien lleva verdaderamente los pantalones es Pasiana Rodríguez, 42, la mecánica estrella de Dacar Auto Radiator.

Atractiva y de carácter fuerte, esta mujer no se deja intimidar ni por los autos ni por quienes los guían y en los más de 15 años que lleva en esto ha aprendido a domar a ambos. “Algunos creen que soy una asistente y me piden que llame al mecánico. Cuando les digo que soy yo me miran con desconfianza.

Otros me tratan de enamorar pero no les doy pie. Al final”, señala, “todos me terminan aceptando y respetando”.

Celular en mano, camina por el local solicitando piezas a los autopartistas y va esquivando cables alargadores, bidones de lubricantes y pinzas de todo tipo. Es capaz de hacer un cambio de aceite con los ojos vendados y de reemplazar un radiador en una hora o quizás dos si le traen un BMW porque, explica, “es un poco más complejo que un Honda o un Toyota”.

Asegura haber dominado los misterios de los vehículos sobre la marcha luego de sortear un par de traspiés. “Este diente de acá es postizo”, dice tocándose una de las paletas. “Me lo rompió sin querer un colega mientras forcejeaba con un cable de parqueo que no quería entrar en su lugar. Y otra vuelta me explotó un aire acondicionado porque puse demasiado líquido refrigerante”.

Mientras acciona la palanca para levantar un auto y examinarlo, habla de rotores y válvulas de compresión con el mismo apasionamiento que otras mujeres hablan de zapatos y bolsas. Pero los toques femeninos de esta mecánica dominicana están a la vista de todos: La sombra iridiscente y púrpura que ilumina sus parpados, el pote de crema para manos que utiliza entre arreglo y arreglo, y la imagen de la Madre Teresa rodeada de fotos de mujeres en bikini y letreros de No Fumar.

Pasiana llegó a Dacar en 1995 sin entender nada de carros y a bordo de uno con el radiador a la miseria. La recibió el dueño, el colombiano Darío Caro. “Le di un radiador nuevo y ella me quitó el negocio y el corazón”, dice un poco en broma y un poco en serio este bogotano que, desde entonces, no se le separa.

“Al principio pensé que esta idea suya de aprender era una idea loca pero rápidamente se convirtió en una mecánica imbatible”. Darío se excusa y sale a recibir a un cliente. “La patrona le va a explicar qué hay que hacer con esos frenos”, le dice a un hombre hindú con cara de preocupado.

“Esto hay que probarlo en la ruta”, asegura ella acomodándose en el asiento del conductor.

“¿Vamos?”. La acompaña Alfonso Villalba, un mexicano que trabaja en el taller y quien le enseño gran parte del oficio además de ser el responsable del episodio del diente.

“¿Qué dice cuate? Este ruidito, tiki tiki no me gusta nada”, afirma ella mientras clava los frenos provocando que los pasajeros hagan una involuntaria y abrupta reverencia.

De vuelta en el taller Pasiana presenta al cliente sus opciones desde las más económicas a las otras. “Un freno regular te va a chillar y se te va a gastar rápido. Además piensa que es tu vida la que está en juego. No me contestes ahora”, remata, “reflexiónalo tranquilo”.

Darío la observa complacido, con la certeza de que el hindú regresará dispuesto a invertir en lo mejor. “Me hice a un lado porque ella es mucho más hábil negociando. Yo les digo este trabajo sale 100 dólares y me responden te doy 30. Ese regateo me ofende y no lo puedo tolerar; en cambio Pasiana les habla con paciencia, les explica y de repente veo que le dan los 100 y le agradecen con una sonrisa”.

La pareja trabaja seis días a la semana y cierran el taller los domingos para disfrutar de Anderson, su hijo de 6 años con el que viven en Kew Garden Hills. “En casa los únicos carritos que tenemos son de juguete”, afirma Pasiana, “pero a veces también esos se rompen y me toca arremangarme y repararlos”.

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