Un milagro espera familia de condenados

Por falta de dinero sólo han podido visitarlos dos veces

Héctor González y Carmen Villarreal, padres de los hermanos condenados a morir en la horca en Malasia, observan las noticias.

Héctor González y Carmen Villarreal, padres de los hermanos condenados a morir en la horca en Malasia, observan las noticias. Crédito: AP

Cuando la familia de los hermanos José Regino, Simón y Luis Alfonso González Villarreal se enteraron en Culiacán, Sinaloa, de que éstos habían sido condenados a morir ahorcados en Malasia por el tráfico y posesión de metanfetaminas, a algunos de ellos, les dieron ganas de salir corriendo y tomar el primer avión para ir a su lado.

En especial cuando vieron las imágenes de ellos, con las cabezas cabizbajas, cargando bolsas con sus pertenencias.

Pero no sólo una distancia de más de 10,000 millas por aire se los impidió, sino la tremenda pobreza en la que viven, el no saber inglés y hasta las pocas oportunidades que ofrece la prisión para ver a los hermanos.

Fue el abogado defensor de los hermanos, Kitson Foong quien a través de La Opinión los calmó al enviarles un mensaje a la familia.

“No vengan, no vale la pena. Sé que no tienen dinero y sería un pérdida porque además la prisión sólo les da una hora a la semana para verlos. Mejor esperen, porque si la salud de José Regino continúa agravándose por la tuberculosis si voy a necesitar que alguien de la familia venga a Malasia”, dijo Kitson por el hilo telefónico.

“Por favor dígale a la familia que mi socio y yo estamos haciendo por ellos lo mejor en todo momento. Y que apelaremos esta mañana”, completó el abogado.

La familia sintió un alivio cuando escuchó que Foong apelará, pero la preocupación resurgió por la salud de José Regino de 33 años, el más chico de los hermanos. “El líder del grupo, él más vivaz, él que ha aprendido inglés”, dijo el abogado.

José Regino tiene más de dos meses enfermo de una tuberculosis que pescó en la prisión Sungai Bulch a 25 kilómetros de Kuala Lumpur, la capital de Malasia donde está recluido junto con sus hermanos.

“La embajada nos dice que está bien, pero el abogado asegura que está muy delicado, que no recibe una buena atención médica. No sabemos a quién creerle. Estamos ante la espada y la pared”, explica Alejandrina González Villarrreal, hermana de los muchachos.

Los cuatro años que los hermanos llevan en prisión desde que fueron arrestados en marzo de 2008 afuera de un laboratorio de metanfetaminas en Johor Bahru, una ciudad en la frontera con Singapur, la familia ha vivido en la angustia.

“Es una desesperación e incertidumbre terrible”, dice Alejandrina a quien aún le tiembla la voz al recordar los momentos que la familia vivió pegada a una computadora portátil en la humilde vivienda que habitan sus padres Carmen Villarreal y Héctor González en la colonia Lomas de Rodríguera en Culiacán, al noroeste de México.

En esa computadora seguían paso a paso los twitts que daba el enviado del periódico Milenio de la Ciudad de México. Era la única fuente de información para ellos en ese momento. Cuando llegó el twit con la sentencia de la pena de muerte, Alejandrina hablaba con La Opinión. Invadida por el pesar pidió perdón y colgó el teléfono.

El desespero se ve agravado por el hecho de que no tienen una fuente de información única. Sólo cuando hay algo importante, una secretaria de Relaciones Exteriores en Culiacán les habla por teléfono para leerle los comunicados que manda la Embajada de México. “A veces yo les pido una copia del comunicado y dicen que no tiene autorización para dármela”, indica Alejandrina.

Otra de las grandes barreras que enfrentan es que al no hablar inglés no puede comunicarse directamente con el abogado y lo tienen que hacer por medio de terceras personas sobre todo de periodistas.

Por un tiempo Consuelo, la esposa de Luis Alfonso, el hermano preso, que es el mayor de los tres, hablaba con el abogado Foong a través de un primo que vive en California y quien puede hablar inglés.

La familia ha podido ir dos veces a Malasia en los cuatro años que llevan presos los hermanos, a través de dinero que juntaron en colectas. El gobierno mexicano les pagó la estancia en Kuala Lumpur y les dio dinero para la comida.

“A veces ni una hora los podíamos ver y era a través de una ventana de cristal y por un teléfono como hablábamos con ellos”, recuerda Alejandrina.

A menos de 24 horas de conocer la sentencia, acepta que aún están muy tristes, tratando de ver a quién recurren para que dé ayuda a sus hermanos sobre todo una mejor atención médica al enfermo. “Hoy el gobernador de Sinaloa dijo que va a ayudarnos. Queremos pedir la intervención de derechos humanos”, comenta.

“Pero ahí vamos sobrellevando la esperanza, con todos los obstáculos. No queremos dejar solos a nuestros papás. Las hijas estamos como quien dice dándoles terapia, diciéndoles que Dios no nos abandona, que debemos tener fe”.

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