Tim Robbins recupera ‘su’ ‘1984’

Tim Robbins dirige una vez más '1984', de George Orwell, en los escenarios de su compañía teatral The Actors Gang, en Culver City, ahora con subtítulos en español

Tim Robbins es el director de '1984' en el The Actors Gang.

Tim Robbins es el director de '1984' en el The Actors Gang. Crédito: AP

George Orwell escribió dos de las obras más proféticas del siglo XX en menos de una década. Animal Farm y 1984 definieron no solo a un escritor que fue mucho más allá del mundo de la literatura para impregnar su obra de elementos propios de un periodista, un provocador y un filósofo.

“Cuando uno observa su vida él fue un participante activo. No estaba escribiendo desde su despacho en Inglaterra. Durante [la Guerra Civil] española él estuvo en Barcelona, defendiendo la República. No solo vio la amenaza del fascismo de Franco, sino también la desunión y corrupción del comunismo”, explicó Tim Robbins, quien a partir de este viernes recupera la adaptación de 1984 a su teatro en Culver City.

“Lo que [Orwell] descubrió fue la corrupción inherente en cualquier gobierno. Cualquier forma de gobierno, ajena a la democracia, ya sea fascismo o comunismo, con un líder dominante o una fuerza cuestionable, termina doblegando la voluntad del pueblo”.

El protagonista de cintas como Mystic River o War of the Worlds -nacido en la ciudad californiana de West Covina hace 53 años- dirige 1984 con los actores de su compañía teatral, The Actors Gang -con sede en Culver City-, donde recibió a ¡holaLA! para hablar de la misma.

Algo que siempre ha cautivado a Robbins es que “en 1984 [Orwell] reflejó sus propias experiencias y las proyectó al futuro. La gente de su época eran conscientes de cualquier tipo de autocracia o dictadura”, continúa, pero el escritor inglés “era un visionario y pensador increíble, con [un gran interés] por llevarlo todo al siguiente paso: qué sucede cuando un gobierno de ese tipo se mantiene durante mucho tiempo. Al final se limita a controlar, controlar, controlar. Tiene que encontrar nuevos niveles de control”.

“Y una de sus primeras acciones es atacar el lenguaje. Los dictadores entienden el poder de la letra hablada e impresa, y del arte, capaces de derrotar la opresión. Una obra de teatro, poesía o un filme puede exponer la mentira, la hipocresía de su pensar”.

“No hay duda de que en esos gobiernos -de Hitler a Mussolini, de Franco a los dictadores de Suramérica- oprimen a los artistas, a los escritores: los encarcela, los tortura, los mata, elimina su voz… El poder de la letra hablada e impresa es increíble frente al poder militar, lo puede derrotar. Cuando [Orwell] proyectó eso al futuro, e imaginó un mundo así, en el que mostró a dónde iba el mundo, a dónde lo enviaban esa gente, porque conocía a esa gente, y luchó contra ellos”, prosiguió Robbins.

El autor de Homage to Catalonia incluso adivinó el futuro poder que tendría la televisión como arma de dominio de las ideas.

“La televisión fue inventada en 1937, pero aún no era una fuerza de control. Él vio su potencial de control”, detalla Robbins -quien mantuvo una relación personal con la también actriz Susan Sarandon dura nte 21 años-. “Diego Rivera habló de ello en la pintura que fue sacada del Rockefeller Center: en ella tenía un televisor. Él habló del potencial increíble de la televisión para la educación. Él lo observó desde un punto de vista optimista. Creyó que nos podría hacer ciudadanos más inteligentes, más informados. Tuvo razón al principio. Durante los primeros años, al recibir la licencia del gobierno de Estados Unidos, un canal estaba obligado a proveer de educación. Eso fue desregulado en los años 80, con [Ronald] Reagan…”.

“Lo que Diego Rivera no vio fue la corrupción de Reagan y lo que [la TV] se convirtió en los años 90: quien tenga más dinero para controlar más canales, controla el mensaje, hasta el extremo de que en 2003 el mensaje estaba controlado por solo un punto de vista. Por eso [el gobierno] fue capaz de vender la guerra [de Irak] a través de mentiras. Convencieron a los ciudadanos de que habían armas de destrucción masiva. Con lo que no contaron fue con el internet: una fuerza tan importante y potente como la televisión. De hecho ahora lo es más y la gente rechaza el mensaje que les llega de la televisión y buscan su propio mensaje en esta nueva fuente de información que es el internet”.

Su potencial es inimaginable, según Robbins. “En febrero de 2003 hubo una protesta organizada a través de internet, en 500 ciudades alrededor del mundo, a través de la cual millones y millones de personas salieron a la calle el mismo día para protestar por esa guerra”, explica. “Eso no tuvo precedente en la historia de la Humanidad. Pero la gente al poder ignoró esa protesta, por supuesto. Lo que pasó es que a través de las redes sociales se crearon enlaces entre esa población que pronto se convirtieron en diálogos y organizaciones sociales que terminaron años después en la Primavera Árabe. Eso no hubiera sucedido sin el evento de 2003”.

La situación actual en Europa y Estados Unidos, con políticas económicas de reducción de gastos es un fenómeno que, en palabras de Tim Robbins, no tiene solución en manos de los políticos.

“Durante los últimos años mucha gente ha perdido el dinero de su retiro. Fue un crimen de proporciones masivas. Millones y millones de dólares desaparecieron y nadie de los que estaban a cargo de esas empresas pagaron el precio. El enojo que eso creó causó en Europa el origen de un movimiento [de protesta. Los gobiernos], empleando de nuevo el lenguaje, iniciaron medidas de ‘austeridad’, aunque en realidad a lo que se refieren [con esa palabra] es a eliminar ayudas para los pobres, a la educación, a programas de ayuda…”.

“Que [en EEUU] no hayamos reaccionado como en Europa es, probablemente, porque el mensaje está más controlado. Cuando los medios describen el ‘tea party’ como un movimiento social, es en realidad un movimiento organizado por un millonario, con un mensaje predeterminado por ese millonario que no tiene nada de social. El movimiento ‘Occupy’, en cambio, ha sido criticado por no tener una agenda. Pues bien, eso es lo que un movimiento social es: no tiene agendas, tiene un problema, una discusión acerca del problema y, eventualmente, llegan a un consenso. Igual que la Revolución Americana: no empezó con una agenda, empezó con un problema. Y todo pasó, no es un par de meses, sino durante años”.

La diferencia entre las reacciones sociales en el continente europeo y en este país son debidas a que “en Europa es distinto porque la gente entiende que las ‘medidas de austeridad’ es simplemente lenguaje, con ramificaciones reales”, detalla Robbins. “Cuando la gente allí ve que los banqueros se libran de culpa, no pagan por su corrupción, no dudan en poner un freno”.

Poner en escena una obra de las características de 1984 no es fácil, y el cine lo ha intentado con anterioridad. “Para mí el filme [estrenado en 1984] no funcionó bien, porque me describió un mundo que no creía, en el que no podía entrar. De hecho, Distopia”, continúa Robbins haciendo referencia al país donde sucede la acción del libro de Orwell, “puede ser precioso, con luces por todas partes, de día…”.

“Algo que ha hecho esta adaptación, por Michael Gene Sullivan, es poner la historia en una habitación y contarla de forma que uno puede ir a todos los lugares donde acontece el libro. En teatro, con la imaginación, uno puede ir a cualquier lugar”.

Robbins se siente especialmente orgulloso de 1984 y de The Actors Gang, que este año celebra su 20 aniversario tras representar más de cien obras alrededor del mundo, tanto en Europa como en Suramérica. “Algo que me encanta de la adaptación es que termina diciendo que, al final, la mayor revolución que uno pueda llevar a cabo en una sociedad opresiva es permitir que el corazón dicte tus acciones. El amor y ser amado implica libertad, incluso en las sociedades más opresivas, aunque esté prohibido”, detalla.

Para Robbins, director de filmes como Bob Roberts o Dead Man Walking, el protagonista de 1984, Winston Smith -un intelectual atrapado en las redes de un sistema dictatorial que controla las acciones diarias de sus ciudadanos, que se enamora de una joven , Julia, en un mundo donde es imposible amar- merece especial atención porque no es alguien común.

“Normalmente la gente sigue el camino de la mínima resistencia, no quiere crear problemas. Así es como vive la mayoría de la gente”, explica. Pero no “personajes como Winston, que se apartan de ese camino y buscan algo más. Y por ello arriesgan sus vidas”.

“La historia recuerda esa clase de gente: recordamos a los opresores como la gente que tuvo que ser derrotada. Pero [también a] los héroes, los que arriesgan sus vidas y a veces mueren en busca de la libertad”, concluye.

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