Tras los muros de la escuela su pasado, presente y futuro

Nancy Cabrero es la vice directora de la institución conocida como Lower Lab

Nancy Cabrero es vice directora de la escuela P.S. 77, Lower Lab. Fue  maestra de esa institución y de la P.S. 198 que funciona en el mismo edificio.

Nancy Cabrero es vice directora de la escuela P.S. 77, Lower Lab. Fue maestra de esa institución y de la P.S. 198 que funciona en el mismo edificio. Crédito: Silvina Sterin Pensel

Los pasillos, las aulas, el auditorio principal y hasta la cafetería fueron testigos de los distintos tramos de su vida. Cuando camina por allí se le aparecen, nítidos, retazos de su infancia y su juventud: cuando era una pequeña en la escuela pública 198 –la que lleva el nombre de Isidor e Ida Straus, la pareja dueña de Macy’s que falleció en el Titanic– sus comienzos como maestra, llena de planes, al frente de clases con los más diversos alumnos; el día en que la tomaron como docente para aquella escuela experimental, la P.S 77, que también funciona en el mismo edificio, en la 96 y la 3ra Avenida y cuando su propia hija, Elena, ingresó a dicho colegio. “Es como si realizara un tour por mi pasado”, sostiene Nancy Cabrero. “Entre estas paredes he vivido los momentos más felices de mi vida”.

Nancy, una new yorker hecha y derecha, hija de cubanos de Camagüey, continúa tejiendo su presente dentro de esos mismos muros ya no como alumna ni maestra si no como vice directora de la institución conocida como Lower Lab, una de las escuelas públicas con mejor reputación. “Hace cuatro años que tengo este puesto, –aunque me dieron el tenure, el cargo formal, en agosto–, comenta, y si bien es un trabajo muy demandante, me da infinidad de retribuciones porque estoy en estrecho contacto con toda la comunidad escolar”.

Alegre, llena de luz y de plantas que le obsequian los estudiantes, la suya es una oficina de puertas abiertas tanto para los docentes, como para los alumnos y sus padres. “Todos saben donde ubicarme”, dice esta mujer que va de aquí para allá recorriendo las aulas en los distintos pisos y cuyas baterías parecen no agotarse jamás.

“Tenemos aquí más de cien personas entre maestros, maestros de educación especial, porteros, enfermeras, personal de cocina y de seguridad”, agrega. “Por más que yo venía de ser docente y que me preparé durísimo –estudió la carrera de Administración de Escuelas en Hunter– sólo al vivirlo te vas curtiendo. En un colegio se dan miles de situaciones y mi rol es sortearlas. Está aquella maestra que llega hecha un trapo porque su marido la engaña; la que perdió su bebé; aquél alumnito al que retiran antes porque falleció su abuelita. Los días de intensa lluvia o intenso calor hay que atender los cientos de llamados de los padres que no saben si enviar o no a sus hijos al colegio y la lista sigue. La receta es pasión, paciencia y amor”.

Sabe de memoria los nombres de todos los estudiantes que asisten a la escuela desde kindergarten a 5to grado y los recibe a diario con una sonrisa genuina y amplia. Cuando no está sentada en su escritorio –ubicado exactamente donde tenía el suyo Celenia Chévere, una leyenda viviente del sistema educativo de NY y quien creó el Lower Lab, además de otras escuelas que revolucionaron el panorama escolar–, se la encuentra, dialogando con las maestras y monitoreando que todo marche bien.

Criada en el seno de una familia inmigrante y humilde, Nancy es un ejemplo de aquellas cosas que pueden alcanzarse con tenacidad y trabajo. “Mi padre tenía una barbería sobre la 2da avenida entre la 95 y la 96. Se llamaba Cuban American Barber Shop y yo siempre estaba barriendo las madejas de cabello del piso y trayendo los trapos calientes para la afeitada”.

Era apenas una muchachita de 16 cuando comenzó a dictar clases de catecismo en la iglesia Grace United Methodist donde su padre formaba parte del coro. “Desde joven supe que quería enseñar y debo confesarte que tengo pasta”. Diferentes álbumes de fotografías atesorados en un cajón dan fe de ello y de la creatividad que posee.

“Mira, en esta foto estamos en la corte con un grupo de niños. El padre de un estudiante era juez y entonces se me ocurrió llevar a juicio al lobo feroz por las penurias a las que somete a los tres cerditos. Jugando aprendimos las nociones básicas del sistema judicial”.

Desde la ventana se avistan las torres Holmes donde se crió. “Vivir allí era un privilegio y cuando nos dieron la llave fue una fiesta. Vivíamos en el piso 13 y en verano, al abrir las ventanas, venía una brisa de lo más agradable sin necesidad del A/C. De ese apartamento me fui casada a los 19”, recuerda.

Distintos rincones del colegio llevan su impronta pero una de las cosas que más la enorgullece es el buzón de sugerencias donde los pequeños escriben sus ideas y reclamos en papelitos. “Leo absolutamente todos,” comenta señalando con el dedo aquél donde una pequeñita solicita recreos más largos y otro donde un muchachito pide que cada 15 días las maestras se conviertan en estudiantes y los estudiantes en maestros.

Estricta pero querida por todos esta americana de corazón bien cubano permanece fiel a la misión que esta escuela pública tiene desde su creación en los 80’s. “Trabajar duro, hacer que tanto los niños como sus padres se involucren y no tolerar la mediocridad”.

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