Que nos devuelvan el arco iris

En los años setenta se popularizó una calcomanía de arco iris que muchos usaban en los carros y casas, luciéndolas con vanidad por estar a la moda, ignorando que un artista de San Francisco, llamado Gilbert Baker, la inventó como símbolo del orgullo gay.

Hoy día, el arco iris es un emblema empleado por comerciantes para anunciar que son bienvenidos los homosexuales y lesbianas en sus tiendas o almacenes.

No debería ser necesario exhibir un distintivo para clientes con orientación sexual específica, porque enciende una tenue luz discriminatoria, que si bien no puede compararse con el apartheid y la persecución nazi cuando obligaban a los judíos a ponerse en el brazo la estrella de David, es segregacionista.

Tal vez, sin percatarse, la comunidad gay estimula, de cierta manera, la marginación moral y social, exigiendo derechos y promoviendo actitudes que los sitúa en un plano diferente.

Sin lugar a dudas los homosexuales han sido perseguidos y estigmatizados por décadas desde que salieron del armario, pero, algunos consideran que es dramatismo calificar de homofóbicos a quienes piensan que tantos privilegios no son necesarios porque es como auto-discriminación.

Por otro lado, nadie debate que los heterosexuales también nos segregamos.

Tifani Roberts, colega de Univisión, llegó luciendo una sombrilla de arco iris y le comenté que yo preparaba un artículo sobre el tema, porque pensaba que era injusto con los heterosexuales que, por prejuicio, no pudiéramos lucir la variedad de colores.

Confirmando mi teoría ella me confesó que su marido le pide no usar el paraguas multicolor porque la podrían confundir con una lesbiana.

Vivimos en una sociedad hipócrita y temerosa que renuncia a debatir el tema abiertamente solo por el qué dirán. Da opiniones ambiguas y falsas, mientras a escondidas califica de maricón, pato o hueco a una persona, solo con el fin de ofenderla y burlarse.

Mientras tanto, en esta generación de libertades extremas, en el cine y la televisión vemos, con morbo, cómo aparecen con naturalidad parejas gay, matrimonios entre personas del mismo sexo e hijos adoptados por parte de estas.

Los extremos nutren el odio de ultra- conservadores, escandalizados porque aseguran que hay una trama para lavar el cerebro de niños y jóvenes. El reverendo Charles Warley, de Carolina del Norte, planteó encerrar a los gay tras un cerco electrificado. En una iglesia cristiana de Indiana, un niño de 4 años cantó la canción “Los homosexuales no van al cielo”.

No pretendo resolver el dilema científico de si los gay nacen o se hacen. No discuto si debemos decir preferencia u orientación sexual. De lo que se trata es que todos tenemos el mismo derecho de hacer de nuestra vida lo que queramos, sin ofender al prójimo, sin exhibicionismos públicos, sin obligar a los demás a actuar o a decir lo que se acepta o no.

El origen de la orientación sexual humana todavía sigue siendo un misterio, aunque algunos quieran erradicar “la enfermedad” con remedios.

Lo que exijo como hombre es tener la libertad de usar el anillo matrimonial sin que tengan dudas, porque antes solo distinguía a los heterosexuales; el derecho a irme a una playa con un amigo y tomar el sol, sin que me digan maricón y reclamo con firmeza poder lucir la bandera del arco iris sin ser estigmatizado de gay.

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