Para esta dominicana no hay misiones imposibles

Cuando tenía unos 10 años alguien le explicó que su nombre, Miosotis, era el de una flor, la Forget me not y ella se sorprendió.

La dominicana Miosotis Muñoz realiza al menos un viaje al año a distintas regiones de la República Dominicana para asistir y brindar donaciones a la gente que más lo necesita. La foto es en Moca donde, recientemente, llevó sillas dentales para hospitales públicos.

La dominicana Miosotis Muñoz realiza al menos un viaje al año a distintas regiones de la República Dominicana para asistir y brindar donaciones a la gente que más lo necesita. La foto es en Moca donde, recientemente, llevó sillas dentales para hospitales públicos. Crédito: FOTOS Cortesía Miosotis Muñoz

Cuando tenía unos 10 años alguien le explicó que su nombre, Miosotis, era el de una flor, la Forget me not y ella se sorprendió. Aún no sabía todas las pequeñas grandes cosas que llevaría a cabo en el futuro ni el gran impacto que tendría en la vida de mucha gente y tampoco que, efectivamente, no la olvidarían.

Es así, la dominicana Miosotis Muñoz es constantemente recordada tanto en Quisqueya como aquí, en el Alto Manhattan y en Harlem donde vive. “Llegué hace dos semanas de Moca y estoy contenta porque pudimos entregar ocho sillas dentales a distintos hospitales públicos e instituciones donde hacían mucha falta”, comenta.

La lista de regiones y municipios a los que Miosotis ha viajado es extensa: Cabrera en la costa nordeste del país caribeño, Pedernales, en la frontera con Haití y Jimaní, situada a unas 175 millas de Santo Domingo. “Mi principal interés ha sido desde siempre el acceso a la salud que es muy limitado en algunas zonas de mi país y por eso en mis visitas llevo lo que puedo para mejorar eso: desde equipos hasta médicos que han hecho cirugías de hernia y operado a niños con labio leporino”.

Su trabajo organizando y poniendo en pie estas misiones médicas y humanitarias comenzó en 2004 con un viaje a Puerto Plata donde, el año anterior un terremoto había dejado cientos de heridos y daños materiales. “En esa oportunidad llevamos computadoras para algunas escuelas que se quedaron sin nada”, sostiene.

Sin agendas específicas ni cronogramas muy rigurosos, Miosotis intenta viajar a algún lado al menos una vez al año. “Son acciones bastante espontáneas”, comenta desde su casa en la calle 153 y Riverside. “Lo que sucede a menudo es que voy a algún lugar y ya en ese viaje me doy cuenta cuál será mi próximo destino. Esta vuelta, por ejemplo, el albergue juvenil de Moca, me robó el corazón.

Son chicos huérfanos que en su mayoría perdieron a sus padres por el Sida. Yo pasé mi infancia allí en Dominicana y cuando miraba a esas niñas pensaba, cualquiera de ellas puede ser una Miosotis”.

Abandonada por su madre que la tuvo siendo muy jovencita, Miosotis, vivió un tiempo con su abuela y luego llegó a Nueva York con la ilusión de poder estar con su padre. Eso no sucedió y la pequeña comenzó a transitar el sistema de adopción y fue finalmente ubicada en un nuevo hogar. Mi madre adoptiva se llama Charity, Caridad y me recibió con muchísimo amor.

Ella es afroamericana y yo siempre digo que tengo los dos mundos en mí, el negro y el latino”. Hasta el área donde vive refleja esa filosofía: “Mi casa es donde se une el Alto Manhattan con Harlem; es como un puente. Siempre digo que estoy donde se unen las dos aguas y las dos comunidades”.

Miosotis, 43, siempre establece una conexión local en las zonas que recibirán la misión –ya sea donaciones de medicinas, equipos o los servicios de médicos–. “No hubiera podido hacer nada sin el apoyo de organizaciones de base de allá de la República Dominicana. Ellos se convierten en aliados. Y lo mismo sucede aquí, tengo que reclutar apoyo y ahí sí que no distingo: pido ayuda a funcionarios públicos, a empresarios a quien me quiera escuchar y a quien quiera ayudar”.

Desde joven, esta mujer formada en las disciplinas de sociología y trabajo social en la Universidad Fordham, se fogueó en algunas de las más fuertes organizaciones sin fines de lucro como Alianza Dominicana donde trabajó con niños y adolescentes de 5 a 21 años.

“Puedo decirte que en la comunidad me conocen todos. También trabajé mucho con distintos funcionarios públicos y eso me dio muchas conexiones que me sirven a la hora de planear las misiones”.

Así y todo, cuenta Miosotis, hubo momentos donde pensó en “colgar la toalla”, pero a la larga, “siempre aparece alguien interesado en darme una mano y cuando quiero acordar ya estoy allá”.

La necesidad, comenta, es bastante acuciante. “Imagínate ir a un hospital y tener que llevarte tus propias jeringuillas, tu propia gasa y es muy difícil conseguir medicamentos. Para muchas familias eso es imposible”.

Su actual trabajo como consultora de pequeños y medianos negocios también le da contactos en ese mundo. “Yo les comento lo que hago y ellos me escuchan. He conseguido muchas cosas y también, platicando, gané la ayuda de Dominicana Shipping que nos facilita la logística para que todo llegue a destino”.

La voz de esta mujer que ayuda comenzó a correrse y llegó a oídos de la comunidad mexicana.

“Ellos estaban preocupados por conseguir permisos para celebrar el 5 de mayo y saben que conozco a mucha gente. Si puedo contribuir, allí estoy. Lo que más ilusión me da es quizás algún día poder viajar también a México y replicar un poco allí lo que he venido haciendo en Dominicana”.

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