Récord de desamparados exige nuevo enfoque

Imagínese a un niño o niña levantándose cada mañana sin saber dónde dormirá esa noche. Rebotando de un albergue a otro, refugiándose en apartamentos ocupados por demasiados amigos y parientes, pasando noches en sofás y pisos. Esa es la realidad para miles de los niños más vulnerables de la ciudad de Nueva York.

La semana pasada, la Coalición para los Desamparados hizo público su informe anual del estado sobre las personas sin hogar y los resultados son espeluznantes. La indigencia en la ciudad ha llegado al nivel más alto desde la Gran Depresión, con más de 43,000 neoyorquinos que duermen cada noche en albergues, incluyendo a 10,000 familias y un número récord de 17,000 niños. Esto es simplemente inaceptable en la ciudad más rica del mundo. El Concejo de la Ciudad de Nueva York ha propuesto un plan fiscalmente responsable que acomodaría a muchos de estos neoyorquinos en hogares permanentes, y es algo que debe ser una realidad.

Según datos de la ciudad, el número de desamparados ha roto récords consistentemente cada año. Y el tiempo promedio que una familia permanece en un albergue también ha aumentado.

Quizás lo más preocupante de esta crisis es que se pudo haber evitado. Aunque la reciente recesión económica ha jugado un papel en este aumento, el principal factor que ha contribuido al crecimiento de la población en los albergues es que, por primera vez en más de tres décadas, Nueva York no da asistencia habitacional para que familias desamparadas puedan salir de los albergues.

En 2005, la administración de Bloomberg cambío la política y entregó apartamentos desocupados y subsidios antes reservados para las familias sin hogares a otros considerados más necesitados por el Ayuntamiento.Hoy es claro que los cambios de política han sido equivocados.

Para revertir esta tendencia, el Concejo Municipal ha delineado un plan para regresar a la estrategia de dejar a un lado una porción razonable de lugares abiertos en las viviendas públicas y obtener los valiosos subsidios federales de viviendas para aquellos atrapados en el sistema de albergues. Además, un nuevo programa de asistencia para las rentas, inspirado por el exitoso programa federal de subsidios, debe ser creado.

Si se pusiera en vigor, este plan ofrecería una ayuda crítica a miles de niños y familias desamparados cada año. Moralmente, esta medida es, sin duda, la que se debería tomar. Pero éste es un caso raro de que lo correcto también es lo más responsable fiscalmente. Los contribuyentes deben pagar $36,000 anuales para ofrecerle refugio a una familia sin hogar; el costo promedio de un subsidio de vivienda para la misma familia sería $10,000.

Poner en vigencia el plan del Concejo podría, por primera vez en casi una década, comenzar a dar esperanza a nuestros vecinos desamparados.

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