Triste ocasión para dos familias de Queens

Por primera vez en muchos años, la familia ecuatoriana Vicuña Torres no tendrá una celebración feliz en el día del padre. La reciente deportación de Walter Vicuña, padre de tres, dejó desolación y desesperanza en el hogar de su esposa Claudia Torres.

Luego de la deportación de su marido, Walter Vicuña, Claudia Torres y sus hijos no tendrán qué celebrar en este día del padre como antes solían hacerlo.

Luego de la deportación de su marido, Walter Vicuña, Claudia Torres y sus hijos no tendrán qué celebrar en este día del padre como antes solían hacerlo. Crédito: Patrick Torres

Manhattan – Por primera vez en muchos años, la familia ecuatoriana Vicuña Torres no tendrá una celebración feliz en el día del padre. La reciente deportación de Walter Vicuña, padre de tres, dejó desolación y desesperanza en el hogar de su esposa Claudia Torres.

En 1996, autoridades migratorias realizaron una redada en una fábrica ubicada en la Octava Avenida, en Manhattan. Para entonces, Walter Vicuña, ahora de 42 años, fue arrestado junto con dos hermanas de su esposa y otros parientes cercanos.

“Yo no conocía a Walter cuando migración lo detuvo”, explicó Claudia, quien es residente legal. “Nos enamoramos meses después y nos casamos”.

Por inmigración, Walter tenía que dejar el país a un año de su arresto, pero al iniciar una familia, prefirió quedarse.

Según Claudia, de 36, pese a múltiples intentos por solucionar su condición migratoria y debido a la negligencia de su abogado, finalmente Walter fue deportado en marzo pasado.

“Mis hijas se quedaron sin padre, me devastó verlas con el corazón roto y una tristeza inmensa en los ojos”, comentó Claudia, que tiene otro hijo de 21 años.

La mujer indicó que su pareja por 15 años es un buen padre y un buen esposo.

Walter, quien se encuentra en Quito, Ecuador, recibió recientemente la visita de sus hijas de 13, 8 y 5 años como parte de su regalo especial por el día del padre; sin embargo, las pequeñas tendrán que regresar a Nueva York para la escuela.

El ecuatoriano Miguel Calle, de 45, llegó al país hace veinte años sin perspectivas de cómo sus prioridades cambiarían en el futuro. En ese momento, en El Paso, Texas, pasó 17 días detenido por cruzar la frontera sin visa, un delito del que se libró temporalmente en su momento, pero que ahora pesa como una cruz en su expediente migratorio.

“Sólo pensaba en ponerme a trabajar y pagar los $12,000 que me había costado el viaje; pero ahora mi prioridad es mi familia”, dice con voz entrecortada quien fue víctima de dos abogados a los que pagó miles de dólares.

Hoy, en gran parte a las omisiones legales de esos defensores, enfrenta una orden de deportación, tras ser detenido en diciembre pasado y pasar 17 días en uno de los centros de reclusión para inmigrantes ilegales en New Jersey.

“Fue un milagro que el vuelo se suspendiera por fallas mecánicas, cuando ya estaba a punto de abordarlo”, explica este restaurador de antigüedades, quien su arresto perdió su empleo y ahora trabaja como jornalero, ya que cuenta con libertad temporal.

“Me siento como en el limbo, pero por algo el Señor me sacó del avión y por eso aún tengo certeza de que me voy a quedar acá”, indica.

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