El legado del padre de John

Mi padre llevaba siempre libros de crucigramas doblados en el bolsillo de atrás del pantalón. Las páginas, manchadas de café y los gastados fragmentos de palabras descoloridas y el tinte corrido sobre la página, es lo que me viene a la mente. Elaboraba cada crucigrama en cada una de las páginas.

Mi padre también leía constantemente. Lo que prefería leer era Selecciones. Con frecuencia había un ejemplar bien gastado sobre su mesa de noche, las esquinas dobladas donde hubiera dejado de leer la noche anterior. Volvía a leer las mismas historias una y otra vez. Cuando me llegaba por fin el Selecciones, podía trazar bien las páginas desgastadas que señalaban las notas históricas y las historias sobre la segunda guerra mundial.

Mi padre fue veterano de la segunda guerra mundial, pero rara vez hablaría de la guerra, ni de su juventud, salvo después de unas cuantas cervezas.

En uno de esos raros momentos, se perdería en una profunda nostalgia, secándose las lágrimas de los ojos de un sopetón, recordando a los amigos perdidos y hablando con mucho respeto de los hombres había matado.

Se le rompía la voz al hablar de una refugiada alemana que había conocido, y de haber vuelto a Alemania a buscarla.

Cuando yo tenía seis años, mi padre me llevó a la biblioteca pública para sacarme una tarjeta. Como resultado, me convertí en ávido lector. Me leí cada uno de los libros de los estantes de nuestra biblioteca. Leí sobre la segunda guerra mundial, la guerra civil estadounidense, la intolerancia racial y la lucha por los derechos civiles. Esto me llevó a un amor por la historia y la geografía y a una intolerancia duradera contra el racismo y la discriminación.

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