El tema que no nos atrevemos a discutir

Como parte del proceso de duelo posterior a una tragedia, los estadounidenses siempre quieren hablar -y hablar, y hablar. Es una lástima que tendamos a distraernos y hablar de las cosas equivocadas.

Sucedió nuevamente después del tiroteo en Aurora, Colorado, que dejó 12 muertos y 58 heridos.

Hay un asunto importante que debemos encarar. Pero no llegarán a vislumbrarlo en la televisión de cable, ni a oírlo en los programas radiales. No existe el deseo de sostener este diálogo, porque nos toca demasiado de cerca. Lo primero que hacemos después de una conmoción como ésta es tratar de poner estos acontecimientos a distancia, culpando a alguien, o a algún factor, que consideramos extraño a nuestro mundo.

Es difícil concentrarse en lo que es importante cuando otras causas y objetivos nos distraen. Un día después del tiroteo, los defensores del control de armas se apoderaron del horror de Aurora para tratar de suscitar una conversación nacional sobre la limitación de la venta de armas de fuego. Lo hicieron a pesar del hecho de que Colorado tiene -en la era posterior a Columbine- leyes de restricción de armas bastante estrictas, y estas medidas no impidieron que James Holmes, de 24 años, presuntamente acumulara armas y municiones, y disparara contra docenas de inocentes en un cine. Muchos entusiastas de las armas llegaron al absurdo extremo de responder que el tiroteo masivo no hubiera tenido lugar, si el público del cine hubiera estado armado para defenderse. ¿Por qué no hacer un conteo de las víctimas y triplicarlo?

También nos distraen los políticos, especialmente en año de elecciones. Después del tiroteo, los liberales ardían por culpar a su némesis ideológica -el tea party. Brian Ross, de ABC News, agregó combustible cuando salió al aire sin los hechos y sugirió -incorrectamente, resultó- que el atacante era miembro del tea party de Colorado. Fue un error sólo de 180°. Cuando esa narrativa no funcionó, los liberales de pronto perdieron interés por hacer algo que no deberían haber hecho desde un principio: politizar la tragedia.

Deberíamos estar hablando de lo siguiente. A pesar de la insistencia de psicólogos y otros expertos de que este tipo de asesinos masivos no se ajusta a un “perfil”, eso no es totalmente cierto. Generalmente son hombres jóvenes.

Eric Harris y Dylan Klebold tenían 18 y 17 años, respectivamente, cuando mataron a 13 personas e hirieron a 24 en Columbine High School, en 1999. Seung Hui Cho tenía 23 años cuando mató 32 personas e hirió a otras 25 en Virginia Tech, en 2007. Y Jared Lee Loughner tenía 23 años cuando mató seis personas e hirió a otras 14, entre ellas la entonces representante Gabrielle Giffords, demócrata por Arizona, en Tucson.

Criados con películas violentas y juegos de video aún más violentos, y tras crecer en una cultura donde se glorifican las armas y se las puede encontrar fácilmente, la Generación del Milenio, está armada y es peligrosa. Algunos de los hombres del Milenio, generalmente hijos de baby-boomers y ahora de 20 a 31 años, están furiosos y alineados. No es una buena combinación. Son marginados que se consideran en guerra contra la sociedad y sienten la necesidad de escapar a un mundo de fantasía, en el que se vuelven famosos instantáneamente por realizar actos malvados.

Como padre de un niño de 5 años, a quien le encantan los super-héroes y los juegos de video como a todos los niños, me asombra lo violento y sombrío que se ha vuelto ese género. ¿Debo suponer que años de verse expuesto a este tipo de cosa no lo insensibilizará a la violencia?

Probablemente no sea una coincidencia que Holmes, estudiante de doctorado en la Universidad de Colorado en Denver, dirigiera su ataque contra los que asistían a una función de medianoche de “The Dark Knight Rises” -último film de la serie de Batman. Holmes, que tenía una máscara y un afiche de Batman en su departamento, se teñía el pelo y se refería a sí mismo como al “Joker”. Por supuesto, la película no causó la violencia del cine. Pero años de verse expuesto a films como ése podrían muy bien haber preparado la escena.

No es de extrañar que prefiramos echar la culpa a las armas o al tea party. No todos tienen un arma y relativamente poca gente pertenece al tea party.

Pero ¿qué si el problema es más profundo? Lo más aterrorizador de esta película de horror es que podría haber segundas partes.

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