Ningún mal es necesario

Hace algunos años un jefe, ante mi pregunta de por qué soportaba las impertinencias y atropellos de un empleado problemático, me dijo que era un mal necesario.

Jamás comprendí su razón y tampoco entendí al individuo que pretendía imponerse ante sus colegas con burlas, humillaciones, juicios arbitrarios y absurdos, frente a la apatía de todos y la tolerancia de los superiores.

El ser humano sufre de muchos defectos y pecados. Uno de los más dañinos es la indiferencia. Pero peor es la arrogancia y la soberbia, acompañadas de complejo de inferioridad. Esta combinación tóxica choca con la armonía de la sociedad, del hogar, la oficina o una institución.

Es incompresible e inadmisible que hayan “males necesarios”. No puede ser aprobada, ni moral ni humanamente, una actitud intransigente y perversa. Entonces, en esos casos el sistema falla. Nosotros como seres humanos fracasamos.

Ese tipo de personajes abundan en la comunidad. Lo peor es que se muestran ante los patronos y las autoridades como indispensables y útiles; en ciertos casos fingen cumplir las normas y las leyes, pero lo que hacen es violarlas y pisotearlas con cinismo.

Solapadamente acostumbran a entorpecer el desarrollo normal de las actividades laborales o de la casa, para asumir falsos liderazgos, incrementando costos emocionales y económicos. En ciertas empresas, las absurdas decisiones disminuyen la producción; en casos urbanos perjudican la concordia ciudadana.

Aparentan ser inteligentes, letrados y con gran conocimiento de sus asignaciones profesionales, pero en su fuero interno son ineficientes, egocentristas y por eso humillan sin clemencia.

Son los que acostumbran a dar lecciones violando la ley; exponiendo la seguridad de los demás sólo para imponer un erróneo código de conducta personal lo cual lesiona la convivencia colectiva.

Son quienes conducen un automóvil atropelladamente y creen tener la razón de arrinconar a un anciano que va lento en otro carro, con el fin de darle una lección. Nadie tiene el derecho de hacerlo arriesgando las vidas ajenas.

Son quienes amenazan, sojuzgan y vilipendian al prójimo para sentirse más grandes y majestuosos.

¿Qué hacer con esos personajes? De acuerdo al consejo de mi ex jefe, hay que ignorarlos porque son “males necesarios”. Debemos mirar hacia otro lado y desconocer sus atropellos. No estoy de acuerdo.

La sociedad culta no puede permitir que este tipo de individuos enfermos y egoístas sigan ostentando un poder que podría llevar al fracaso a una corporación y hasta a una nación.

Mi libertad termina donde comienza la de los demás, decía Santo Tomás de Aquino.

No podemos consentir la frasecita que nos ofende a quienes respetamos las reglas: “hecha la ley hecha la trampa”. Es un vicio de la voluntad. Una equivocada apreciación de la realidad. Un vergonzoso código inmoral solo para abusar.

Los seres humanos tenemos que ser coherentes con la obediencia a la colectividad social, a la ley y a la justicia.

A esos “males necesarios” hay que ponerlos en su lugar. Que aprendan a coexistir en concordia. Así es el mundo civilizado. Que no confundan esos insolentes la sensatez y la paciencia con el miedo.

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