Queda prohibido no publicar libros

Como un editor pirata regalé a los vendedores de semáforos en Cali, Colombia, mi libro “Prohibido decir toda la verdad”, en un acto desesperado para que la censura no triunfara.

Parecía estar violando la ley, pero no era así, porque tengo los derechos de autor.

Por años luché con las editoriales que “consultaban” el manuscrito a comités sesgados compuestos por paisanos míos, que tenían una antipatía azuzada por enemigos gratuitos de esos que se gana uno por envidia o celos profesionales.

Mi libro contiene testimonios y pruebas inéditas de la corrupción y la violencia que llevó a Colombia a vivir tiempos aciagos. El narcotráfico y sus aliados. La guerrilla y sus falsedades de ser un “ejército del pueblo” y cómo se fundaron las autodefensas y los grupos paramilitares.

Muchas verdades prohibidas están escritas en esas páginas.

La editorial con quien finalmente firmé un contrato, que resultó desventajoso como sucede con casi todos los escritores, argumentó que las librerías no lo pedían; pero los gerentes me decían que la editorial no los despachaba.

Por años, decenas de ejemplares impresos estuvieron en la bodega de esa editorial, hasta que fui a recogerlos y los obsequié en los semáforos. No recibí un centavo por concepto de regalías, por el contrario, yo me gasté mis ahorros en el sueño y hasta tuve problemas con los impuestos de los Estados Unidos.

Terco por herencia, este año resolví publicarlo por mi cuenta con éxito. Evadí a los intermediarios; a quienes censuran por intereses políticos, religiosos o personales; evité a los que desprecian a los escritores descartando su capacidad sin clemencia, como le ocurrió a Gabriel García Márquez cuando ofreció por primera vez “Cien años de soledad”, libro con el cual ganó el premio Nobel de literatura en 1982.

Mi abuelo Juan Antonio Sánchez estaría feliz de ver su novela romántica “Gloria, Amores de otros tiempos” en manos de los lectores. A mediados del siglo pasado él luchó contra las editoriales que lo conminaron al anonimato, teniendo que guardar el manuscrito en un cajón.

Era escritor y poeta; fundó la “Gran Librería Sánchez”, la primera en Cali a principios del siglo XX. Se enfrentó a los poderes religiosos que censuraban a través de una ley “moral” llamada índice de libros prohibidos perniciosos para la fe (Índex librorum prohibitorum et expurgatorum), según la iglesia católica.

Como un homenaje a mi abuelo y retando a los editores crueles, también publiqué su libro.

Hoy día nadie se puede quedar sin leer y publicar libros. La Internet abrió las puertas y las ventanas a todos. Prosperan empresas como eLibros Editorial, en Bogotá, Colombia, de Iván Correa, a quien encontré en la red o Alexandria Library de Modesto Arocha en Miami.

Estamos siendo protagonistas y testigos de una nueva revolución cultural, como la vivida alrededor del año 1450, cuando el herrero alemán Johannes Gutenberg inventó la imprenta. Desaparecen las editoriales y los monopolios, pero surgen novedosas formas de ventas y comercialización como Amazon.

Los nuevos Gutenberg, se propagan como epidemia de creatividad en una sublevación digital maravillosa. Queda prohibido no publicar.

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