Rebelión en honor a las víctimas

Cansados de poner los muertos, de sentir la amargura de las familias por la violencia desbocada en sus países y de ver que ante la mortandad y el caos el problema en vez de disminuir crece, pusieron sobre la mesa un tema que antes había que pedirle permiso al hermano mayor: legalizar las drogas.

Nunca se habían atrevido a plantearlo tan abiertamente y lo hicieron en el foro apropiado, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas –ONU-.

El más avezado es el presidente de Guatemala Otto Pérez Molina, quien en abril, en la cumbre de las Américas en Cartagena, tuvo la valentía de comenzar a debatirlo, aunque el “hermano mayor”, Estados Unidos, lo miró con recelo, porque cada vez que alguien lo plantea, es visto con desconfianza y suelen creer que son voceros de los narcos.

Pérez Molina, quien es un batallador por ser un exgeneral del ejército, dice que se debe comenzar con la regularización de la cocaína y la heroína, no para venderla en los semáforos, pero sí reglamentarla con receta médica.

De igual manera, Felipe Calderón, de México, recomendó hacer “una valoración profunda de los alcances y los límites del actual enfoque prohibicionista”. También Juan Manuel Santos de Colombia, dijo que es necesario un “debate franco y global” sobre la lucha antidrogas porque “es deber determinar si las actuales estrategias son las mejores o no”.

Las víctimas somos los latinoamericanos no solo por la violencia, sino por la economía frágil y subterránea que genera ese negocio ilegal, agrandando la devaluación y la pobreza. Es un círculo vicioso.

La ilegalidad hace que el negocio sea rentable. ¿Y a quienes les conviene? A los narcotraficantes principalmente, pero también a las grandes estructuras de seguridad creadas para combatirlo, desde autoridades locales en cada país, hasta la agencia antidrogas y la industria carcelaria estadounidense.

Le conviene a los bancos, al sistema inmobiliario y comercial que, frente a la legalización, sufriría un colapso y por eso hacen lobby para que no se hable del tema. Si el diálogo llegase a ser realidad, habría que estudiar el impacto que causaría en la economía mundial abolir esa guerra inútil que beneficia a pocos, similar a la industria de las armas, que también genera riqueza desmedida y por eso son negocios aliados.

Lo que estos malvados empresarios del mal nunca percibirán es la muerte y la desgracia de las familias, daños causados por el narcotráfico en Guatemala, Honduras, El Salvador, Costa Rica y Panamá, países que sirven en el trasiego de estupefacientes hacia los Estados Unidos, y en Colombia y México, donde las bandas criminales financian conflictos para seguir lucrándose del vil oficio.

Lo decepcionante es que, aunque la rebelión está en marcha, siempre habrá que pedirle permiso al hermano mayor.

En febrero pasado, la ONU advirtió que “no es una opción” la legalización de las drogas para luchar contra el narcotráfico, porque solo serviría para agravar el problema.

Recordemos que ese organismo, en gran parte, depende económicamente de los Estados Unidos, nación donde hay millones de narices dispuestas a seguir aspirando toneladas de cocaína al año.

(Twitter.@RaulBenoit)

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