Lejanía debilita a la familia

Madres migrantes pagan precio muy alto al dejar hijos en país de origen

Última parte de una serie

A Gloria García, de 43 años, le gusta imaginar una realidad diferente y en sus ratitos de ocio la inmigrante indocumentada deja volar su mente para responderse ¿cómo sería su vida si no hubiera salido nunca del pueblo en donde vivía con su hijos?

En el 2002, emigró a los Estados Unidos huyendo de la pobreza y unmarido golpeador y dejando a sus tres hijos, Edgar de 11 de años, Montserrat, de 6 y Jimena de 4, bajo el cuidado de los abuelos en Michoacán, México.”Yo me vine para acá porque no tenía ni para darles de comer a mis hijos, no tenía ni dónde vivir porque ganaba muy poquito”, indica García.

Para esta madre mexicana, la despedida de sus hijos fue uno de los momentos más duros de su vida pues no encontraba las palabras para infundir en sus hijos seguridad ante un futuro incierto, así que prometió que la separación sería solo temporal. Pero han transcurrido diez años y García no ha podido volver a su país a ver cómo cambiaron los rostros de sus hijos.

Una investigación de Pew Hispanic Center, Portaretrato de los Inmigrantes Indocumentados en los Estados Unidos, indica que en este país viven 4.1 millones de mujeres migrantes indocumentadas.

García es una de ellas, vive en Richmond, al este de la Bahía de San Francisco y trabaja como niñera en San Francisco, ganando 400 dólares por semana.Un salario insuficiente para todas sus necesidades pues envía a sus hijos 800 dólares por mes y el resto de su salario se va en el alquiler del cuarto, comida y transportación. Su jornada laboral es casi de once horas diarias debido al tedioso recorrido de tres horas de ida y vuelta al trabajo en autobús.

“De nada ha servido mi cansancio”, dice García con un dejo de frustración, “Yo trabajo lo más que puedo. A donde me llaman voy y vengo de noche sin cenar, sin tomar agua, ni descansar, después de cuidar niños y limpiar por siete horas y sin comida”, indica la inmigrante.

Pero su agotamiento físico es poco ante su dolor emocional. La madre lamenta haberse alejado de sus hijos, pues su ausencia ha dejado cicatrices más duras de borrar que el hambre. “Mi hijo sufrió porque nunca pude presentarme en la escuela, me decía que sus amigos tenían a sus mamás y él no”, señala García.

Dijo que un día iba rumbo a su trabajo cuando escuchó el teléfono. Era Edgar, el hijo mayor quien le espetó en segundos su enojo. “Nunca te voy a perdonar, dijiste que te ibas sólo por unos años pero no has regresado”. García repite las palabras de su hijo que lleva clavadas en su mente. “En esos días me sentía como muerta, desorientada, frustrada y pensando ‘yo no valgo nada”.

Desesperada, empezó a tomar pastillas para dormir proporcionadas por otras mujeres, pero cuando ya no pudo obtenerlas, buscó otro tipo de apoyo y la encontró en Mujeres Unidas y Activas, una organización no lucrativa, que da orientación en derechos laborales y tiene un grupo donde las inmigrantes hablan de sus vidas y se ayudan.

“Entre las trabajadores domésticas hay mucha depresión, muchas viven con zozobra, miedo y un permanente sentimiento de culpa. Es común que se enfermen del estómago y todo eso ocurre por la condición tan vulnerable en que viven”, indicó Juanita Flores, directora de programas en Mujeres Unidas.

García dijo que ella ha encontrado en la oración un alivio porque tiene fe en que algún día podrá encontrar la manera de regresar a México a ver a sus hijos.Las niñeras son trabajadoras que han sido excluidas de los derechos laborales. Una investigación , titulada Behind Closed Doors, realizada por Mujeres Unidas en año 2007 entre 240 domésticas, encontró que el 94 por ciento de las trabajadoras encuestadas eran latinas y la mayoría, 72 por ciento, eran inmigrantes que mantenían sus familias en su país de origen. Veinte por ciento dijeron haber sufrido abusos físicos y verbales y un 9 por ciento acoso sexual.

La investigación no abundó en el estatus migratorio, pero se sabe que el trabajo de niñeras es realizado por un alto número de indocumentadas que no hablan inglés, no tienen acceso a licencia de conducir, desconocen la cultura y viven atemorizadas ante la eventualidad de ser arrestadas y deportadas.

Condiciones, que según especialistas, las pone en mayor riesgo de sufrir enfermedades mentales. “Vivir en una cultura diferente crea un motivo extra de tensión dado que los inmigrantes deben aprender un nuevo idioma y nuevas costumbres. Para pacientes que están viviendo al borde de un funcionamiento independiente, eso puede ser demasiado, y el resultado es depresión, ansiedad o psicosis”, señala el doctor Russell Lim, profesor de la Universidad de California en Davis y especialista en psiquiatría transcultural.

De acuerdo a la Coalición de Trabajadores del Hogar en California hay más de 200,000 trabajadoras domésticas y niñeras que no cuentan con los derechos laborales básicos de todo trabajador. Pero eso podría cambiar pronto, si una iniciativa de ley que ya fue aprobada por ambas cámaras es autorizada por el gobernador de California.

La propuesta de ley AB-889 – garantizará derechos básicos a las trabajdoras domésticas como tiempo para sus comidas, pago por horas extras y sueño ininterrumpido para aquellas que viven en casa de sus patrones.

Si me deportan me hacen un favor

Emma Delgado, de 37 años, cuenta entre sus satisfacciones el tener un trabajo que le permite mantener a sus hijos y hasta darles algunos lujos como la fiesta juvenil de sus dos adolescentes que viven El Salvador.

“A Dios gracias se les celebró a las dos hijas sus 15 años y mi Vanesa cuando me habló para darme las gracias hasta lloró de la emoción”, dijo Delgado. Pero el precio que tuvo que pagar la madre para poder pagar la fiesta de la Quinceañera fue ella no pudo estar ahí con sus hijas. “Sólo vi un video y sentí un nudo en la garganta y lloré. No es nada fácil estar separada de los hijos pero hay que tomar esa decisión para poder pagar también sus estudios”, indica la inmigrante.

En 2003 Delgado cruzó ilegalmente la frontera y llegó a San Francisco para encontrarse con su esposo desempleado. Ella era una ama de casa en Costa del Sol, su pueblo natal. Ahí criaba gallinas y dependía del dinero que enviaba su marido. Pero cuando el esposo perdió el empleo y las remesas ya no llegaron, ella salió al rescate de la economía familiar.

Dijo que sus hijos eran muy pequeños cuando se despidió: Fernando tenía 10 años de edad, Vanesa 8 y Chaterine 7. “Me siento más mal (peor) cuando veo los videos en donde mi hija salió de dama de honor, de candidata o de porrista en su escuela, cuando veo eso, pienso todo lo que me he perdido”, dice Delgado.

Delgado trabaja en el cuidado infantil y en el aseo de casas. Gana unpromedio de 15 dólares por hora y envía a sus hijos 600 dólares al

mes. Es parte del grupo de Mujeres Unidas y Activas y en tiempo libre se dedica a apoyar a la organización, reparte volantes sobre derechos laborales a otras mujeres. Un día le tocó viajar a Nueva York como parte de su activismo y la inmigrante sin documentos lo hizo

desafiando a las autoridades de migración. “A mí si me deportan de verdad que me harían un favor porque ahí sí ¡a ley que me voy!”, dice

riendo la inmigrante.

El doctor William Vega experto en salud mental enfermedades de los latinos de la Universidad del Sur de California indica que

históricamente los inmigrantes han podido ajustarse y prosperar a

pesar de sus díficiles condiciones de vida.

Sin embargo, agrega que las condiciones de los indocumentados han empeorado porque ya no pueden visitar a sus familias en su país de origen. La misma ley que hizo más duro el cruce ilegal en la frontera México-Estados Unidos también hizo imposible que los indocumentados puedan salir a visitar a sus familias. “Ellos se están negando la satisfacción de ver a la familia y eso ya no es una vida completa”, dijo Vega.

Indicó que mantener la unidad familiar a distancia es un reto porque son muchas millas y muchos años lejos. “No importa cuanto dinero manden a los hijos. Al final les será muy duro hacer la conexión

porque las personas van cambiado “, indicó Vega.

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