Yoga: antídoto contra la tristeza y la soledad

Jennifer Pastiloff  ofrece clases de yoga como antídoto a la tristeza y la soledad. En sus prácticas no hay necesidad de hacer silencio y cantar sólo Om.

Jennifer Pastiloff ofrece clases de yoga como antídoto a la tristeza y la soledad. En sus prácticas no hay necesidad de hacer silencio y cantar sólo Om. Crédito: CORTESIA JP

Jennifer Pastiloff caminaba entre sus alumnos. Los veía concentrados; enfocados cada cual en lo suyo, la vista hacia el piso, la cola hacia arriba en perfecta pose del perro mirando hacia abajo, una de las asanas más conocidas del yoga. “A toda instructora de yoga le complace ver que sus yogis se compenetran, pero lo que vi fue una falta absoluta de conexión entre nosotros, entre las personas que allí estábamos reunidas y hay en la gente una sed, una necesidad por derribar barreras y poder llegar al otro. Eso me dejó pensando y ahí se me ocurrió la idea”.

Jennifer se refiere a un concepto que ella creó con esa meta, que las personas practiquen yoga en comunión las unas con las otras y no como robots solitarios. “Se llama Karaoke Yoga y doy la clase con una Disc Jockey y con unas pantallas gigantes donde aparece la letra de las canciones. Así, todos cantamos Let it be de los Beatles, por ejemplo, y mientras practicamos yoga”.

La revolucionaria idea echó por tierra la noción de que el yoga, para ser efectivo, debe practicarse en silencio, con música bajita o al ritmo del visceral mantra om. La única condición, explica, es cantar todos juntos. A veces es una balada de Elton John otras un tema más rockero de Whitesnake pero siempre juntos, no hay solos. La vida ya es bastante solitaria,” agrega, “en mi clase, nos quiero juntos”. Jennifer sostiene que con este enfoque se descontractura el yoga y se logra ser más feliz.

La joven instructora que reparte su tiempo entre ambas costas –da clases aquí en Nueva York y también en Santa Mónica- comenzó a adentrarse en el fascinante mundo de esta disciplina física y mental que se originó en la India por razones muy personales. “Estaba como trabada; mi vida estaba estancada,” cuenta. “Me sentía triste, deprimida y tuve trastornos de la alimentación también. El yoga me salvó y no estoy exagerando”.

La joven afirma que son muchos quienes, como ella, comienzan en esta práctica con fines muy distintos a lograr un cuerpo más esbelto o mejor elongación. “Cuando practicas yoga te olvidas de ti mismo. Para mí era el momento donde no me acordaba de mi peso, ni de mi identidad ni de mi tristeza, te sientes liviano”. Como todo aquél que descubre algo muy bueno y siente la urgencia de transmitirlo a aquellos que quiere, Jennifer se empecinó en que su hermana, cuyo hijito había sido diagnosticado con un desorden genético muy particular, también se uniera. “Mi sobrino tiene una enfermedad que se llama síndrome Prader Willi y mi hermana sufría mucho, yo la veía muy estresada. Entonces decidí aprender para poder enseñarle a ella. Luego se me ocurrió aplicar la práctica a niños que pudieran estar pasando un momento difícil y ahora doy clases a pequeños con necesidades especiales y a sus padres”.

Jennifer es la prueba tangible de que cuando uno hace lo que ama, las cosas se alinean y todo parece funcionar. “Por mucho tiempo yo pensé que quería ser actriz pero algo en mí sabía que mi corazón no estaba del todo convencido y eso se notaba en los resultados, Cuando di en la tecla, en mi pasión, todo se dio vuelta”. Sus talleres –los cuales dicta en Europa, Asia, en playas hawaianas y quizás pronto en Latinoamérica también- se han hecho famosos y sus alumnos provienen de todos los Estados y rincones del mundo.

Creció en Filadelfia y estudió aquí en la Universidad de Nueva York.

Instructora, maestra, facilitadora y sanadora, son algunos de los adjetivos con que sus alumnos se refieren a esta mujer de cabellos lacios, mirada serena y capaz de ponerse cabeza arriba en un abrir y cerrar de ojos. Cuando le preguntan la receta para estar siempre así, feliz y en paz con ella misma, Jennifer es categórica: “Creo que todo el mundo debe sí o sí trabajar en algo que implique servir al otro y lo digo literalmente porque yo fui mesera en un restaurante durante más de 10 años. Es allí que aprendes los secretos de cómo conectar bien con la gente; cómo escuchar y complacer. Otra cosa importante es ser genuinos. Permitirnos ser nosotros sin obedecer a la imagen que los demás tienen de nosotros. La pregunta clave es: ¿Quién serías si nadie te dijese quién debes ser? Eso y saber reírse de uno mismo. Todos tendemos a tomarnos la vida demasiado en serio”.

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