El juego de la reforma fiscal

Parecía una idea realmente inteligente: utilizar una amenaza muy pública e importante para hacer que los políticos contenciosos colaboren y se pongan de acuerdo. Bueno, no ha funcionado hasta el momento, y las apuestas que ya eran considerables se volvieron mayores.

Me estoy refiriendo a la compleja situación fiscal en Estados Unidos -un problema incierto que se ha tornado más trascendental luego de la reciente advertencia de la agencia de calificación Moody’s de que Estados Unidos podría perder su máxima calificación crediticia el año próximo si el Congreso no avanza en materia de reformas fiscales a mediano plazo.

Coartados por las heridas autoinfligidas de la debacle del tope de endeudamiento del verano de 2011 -que socavó el crecimiento económico y la creación de empleo, y dañó aún más la confianza de los norteamericanos en su sistema políticos-, el Congreso y la administración del presidente Barack Obama reconocieron la necesidad de una estrategia medida y racional en cuanto a una reforma fiscal. Para aumentar la probabilidad de que esto suceda, acordaron un recorte inmediato del gasto y aumentos impositivos que automáticamente entrarían en vigor (el “abismo fiscal”) si un acuerdo sobre un conjunto integral de reformas fiscales los eludía.

En los papeles, al menos, esta amenaza considerable -que implica una franca contracción fiscal que asciende a algo así como el 4% del PBI- debería haber generado los incentivos apropiados en Washington DC. Después de todo, ningún político querría quedar registrado en la historia como el responsable de empujar al país nuevamente a una recesión.

Sin embargo, hasta el momento, la amenaza no ha funcionado. Para entender por qué, podemos apelar a la teoría de juegos, que les ofrece a los economistas y otros un marco sólido con el cual explicar la dinámica de interacciones simples y complejas.

El objetivo de amenazar con un abismo fiscal era el de forzar un “resultado cooperativo” en un juego “cada vez menos cooperativo”.

Tradicionalmente, los políticos a ambos lados de la división política de Estados Unidos han considerado que un acuerdo es algo que sería visto como una señal de debilidad. Es más, muchos de ellos han hecho compromisos previos -por ejemplo, prometer que nunca aumentarían los impuestos- que luego les cuesta romper, especialmente de cara a unas elecciones. Esto se refleja en las campañas de los candidatos, que día a día se vuelven más desagradables.

Los cálculos de costo-beneficio probablemente evolucionen luego de la elección de noviembre.

Sospecho que algunos rápidamente desestimarán las consecuencias que puede llegar a tener una reducción de la calificación crediticia de Moody’s.

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