El valor de los debates

Los tres debates presidenciales ya son cosa del pasado, pero el efecto de cada una de estas justas políticas todavía perdura en la mente del elector.

No hay duda, el primero fue de Romney. Le devolvió el sueño de llegar a la Casa Blanca cuando sus posibilidades de ganar se habían convertido en una leyenda más que una realidad.

El presidente Barack Obama en vez de aniquilar a su rival, lo subestimó. No se preparó debidamente. A la hora de la justa política, no sólo no llegó a configurar sus ideas, sino que tampoco fue coherente. Se vio inseguro, mostró muecas de desagrado y una sonrisa lacónica que hacía relucir una personalidad perpleja.

Asimismo, el vestuario del Presidente no fue el adecuado. Su corbata azul y su traje oscuro, en vez de hacerlo vibrar, le quitó color y naturalidad a su tez morena.

Romney, por el contrario, vistió una corbata roja, camisa blanca y un traje azul elegante. Esa combinación le dio realce a su estado anímico.

Así, Obama perdió por su propia culpa. Devolvió el alma al candidato republicano. Las encuestas mostraron mayor competitividad y, de pronto, los demócratas sintieron que la presidencia se les escapaba de las manos.

Entonces llegó el segundo debate. En el reencuentro con su rival, Obama mostró su gran calidad de orador. Desde el primer momento atacó a Romney. Le hizo cometer errores irreparables, incluyendo a ser objetado por la moderadora del debate Candy Crowley.

Además, el Presidente mostró seguridad e inteligencia. Los críticos especialistas concordaron que Obama mantuvo a su rival en la defensiva.

Para el debate final, los dos candidatos se mostraron muy preparados. El presidente Obama inició presionando a su rival. En uno de sus momentos más importantes llegó a criticar a Romney que no tenía conocimiento real de las fuerzas armadas.

“…Bueno, gobernador tampoco tenemos ‘caballos y bayonetas’ porque la naturaleza de nuestras fuerzas armadas ha cambiado”, dijo, después de que Romney cuestionó la reducción del potencial bélico en la naval.

Sin embargo, Romney se mantuvo compacto y organizado. No se apreció a la misma persona agresiva que debatió con aplomo en la primera cita, pero tampoco estuvo descompaginado. Quiso demostrar que él también puede liderar al pueblo norteamericano.

Al final, Obama demostró más ganas. Ganó, pero no lo hizo de una forma contundente.

Hoy, el electorado estadounidense tiene una mejor idea de las pretensiones de los dos candidatos. En un periodo en que la fidelidad ideológica a los partidos políticos está debilitada y el número de votantes independientes está a la alza, los tres debates fueron cruciales para ayudar al elector a decidir.

No hay vuelta atrás. El 6 de noviembre se sabrá quién va a ser el vencedor. Por lo visto, dos debates fueron a favor de Obama contra uno de Romney. Esa diferencia puede marcar el resultado final.

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