La cooperación Sur-Sur

Uno de los requerimientos indispensables para el desarrollo de los países es la consecución de capitales productivos que generan trabajos permanentes, así como fondos que se destinan para ampliar y compensar las necesidades de poblaciones vulnerables.

En el primer caso, se trata de capitales que insertos en la economía real, promueven la generación de bienes, servicios y puestos productivos. En el segundo caso, los fondos muchas veces los administran tanto entidades públicas como organizaciones no gubernamentales. Su destino es por lo general la ayuda humanitaria de emergencia o bien el “apalancamiento social” de grupos que lo requieren. Es decir apoyos en los ámbitos de salud, nutrición, educación, servicios básicos de infraestructura —como agua potable y drenajes— y vivienda.

Debido a que los países en desarrollo no cuentan en muchas ocasiones con los recursos necesarios, las naciones de mayor poder económico han establecido, en especial luego de la Segunda Guerra Mundial, fondos de cooperación internacional, también llamados de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD).

En la recién finalizada Cumbre Iberoamericana que tuvo lugar en España, se abordó este tema.

Uno de los resultados fue reconocer que la AOD que se brindaba a Latinoamérica, llegó a ser superior a 1,000 millones de euros anuales entre 2007 y 2009. Sin embargo, en 2011 el monto total llegó a 465 millones, es decir un 28% del total del la ayuda al desarrollo. “Se ha pasado de recibir el 9% de la ayuda mundial, a tener en la actualidad fondos que no superan el 5% de la misma”, ha puntualizado una comunicación oficial de la Secretaría General Iberoamericana (SEGIB).

A lo anterior y afortunadamente, se agrega el buen desempeño que muchas de las economías latinoamericanas están teniendo. En efecto, la crisis se ha originado en los países más desarrollados y varios países latinoamericanos, dada las condiciones de institucionalidad y las medidas macroeconómicas que poseen, se han constituido en “plazas refugio” de capitales que desconfían de las condiciones que le son propias en la actualidad a Europa y Estados Unidos.

En esas condiciones, los países latinoamericanos han ido fortaleciendo la cooperación entre ellos, como ayuda sur-sur, que estaría compensando los flujos norte-sur. A este resultado también han contribuido los mecanismos de integración y la institucionalidad que se ha creado alrededor de los tratados. Muchos de ellos, como el Mercado Común Centroamericano y la Comunidad Andina de Naciones, vienen operando —aún con sus bajas funcionales— desde los años sesenta.

En la región, los países que más aportan en materia de ayuda al desarrollo son actualmente las tres grandes economías latinoamericanas: Argentina, Brasil y México. Los tres países estarían financiando el 70% de los proyectos —de un total de 586— que en la región se destinan a fortalecimiento de infraestructuras básicas, incluyendo agua potable y transporte.

Hasta aquí las noticias son promisorias. Lo importante es que estos mecanismos de ayuda no contengan estrictas medidas de condicionalidad. En este caso, la “ayuda” podría muy bien terminar apoyando más a sectores de exportación y producción de los países donantes. Este tema siempre ha sido muy polémico. Las naciones que dan recursos, en algunos casos, establecen que los mismos deben servir para comprar maquinaria, equipos, insumos o contratación de expertos del país donante, o de “países de bandera amiga” de los donantes.

Otro punto importante, es que la cooperación al desarrollo termine —y esto es por demás esencial— apoyando necesidades de la sociedad que recibe la cooperación.

Lo importante a impedir es que los vericuetos, los caminos sinuosos de la burocracia, sean los que terminen siendo fortalecidos, lo que se traduciría en falta de eficiencia, eficacia y oportunidad en la atención de las demandas de los grupos más desprotegidos.

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