Churros de Chicago a Nueva York

Una empresa familiar de churros mexicanos se expande fuera de Chicago.

María Molina posa junto a su hija Carol Molina en su  local Don Churro, El Moro de Letrán.

María Molina posa junto a su hija Carol Molina en su local Don Churro, El Moro de Letrán. Crédito: EFE

CHICAGO, Illinois.— Sin educación formal, pero con un gran olfato empresarial, la inmigrante mexicana María Molina ha convertido una pequeña empresa familiar en un gran negocio que produce 6,000 churros diarios que planea vender en Nueva York.

“Comenzamos vendiendo en la calle, en la puerta de las iglesias, de las escuelas y en el estadio de los White Sox, reuniendo dinero poco a poco para poder montar un negocio propio”, dijo Molina.

La oportunidad se dio cuando pudo arrendar un local en el barrio Pilsen, en el suroeste de la ciudad, que bautizó Don Churro, El Moro de Letrán.

“Todo era manual, estilo México, con jeringas para rellenar los churros“, recordó Molina, que luego tuvo la idea de agregar un compresor para accionar la mezcladora de masa, en lugar de la manivela.

Con el paso de los años los churros tuvieron amplia aceptación, se hicieron famosos y convirtieron en una tradición, aunque el interior del local no ha cambiado casi nada: hay un pequeño estante donde se expide el producto, sin mesas o espacio para el consumidor, que muchas veces tiene que hacer fila en la acera.

La producción diaria llega a 6,000 churros, que, además de Chicago y suburbios, se venden en ciudades de Ohio y próximamente en Nueva York.

Molina recordó que llegó a Chicago procedente de Ciudad de México hace 28 años, apenas para “conocer la ciudad”, porque su esposo ya trabajaba en Illinois.

“Vine de paseo con mis tres hijos y nunca regresamos. Cada día le agradezco a Dios por estar en este país, donde, sin saber leer o escribir, o siquiera hablar inglés, me siento súper realizada”, afirmó.

Sus comienzos como inmigrante indocumentada fueron muy duros, trabajando en fábricas junto a su esposo y “viviendo los cinco en un cuartito”.

Molina explicó que uno de sus trabajos consistía en lavar y cortar papas durante diez horas diarias, pero siempre con el sueño de trasplantar a Chicago “el churro y buñuelos estilo México DF”, rellenos con crema, fresa, chocolate y cajeta.

Según Molina, “el secreto de los churros está en la masa y en el toquecito de sabor” que trajo del D.F.

En cuanto al nombre escogido para el negocio, se debe a la avenida San Juan de Letrán, actualmente Eje Central, de la capital de su país. “En honor a nuestro país y para que Don Churro suene más mexicano”, dijo.

Don Churro es una empresa familiar donde trabajan los tres hijos de Molina y sus nueras, que tienen la ayuda de su nieto mayor, de nueve años.

“Todos mis hijos estudiaron en escuelas católicas y son profesionales, y todo lo hice sin tener que pedir un centavo a la ayuda social”, dijo.

Su hijo mayor, Edwin, dijo que creció “haciendo churros” y que hasta donde alcanza su memoria siempre fue así.

“De lo que recuerdo, siempre estuve detrás del mostrador, en las freidoras, atendiendo gente y promocionando el churro”, dijo.

La producción, que se hace entre las 2:00 a.m. y la 1:00 p.m. con ayuda de dos empleados, es empaquetada y congelada.

“Mi fuerte son el congelado y las entregas a mayoristas de los suburbios, pero a partir de las seis de la mañana ya comienzo a recibir clientes que compran para el desayuno o, en muchos casos, llevan churros para vender en la calle”, dijo Edwin.

“Me hace mucha ilusión expandirme, porque nuestro local es muy pequeñito y tenemos mucha producción”, dijo María Molina, para quien el próximo paso sería disponer de una cocina industrial.

“Tengo 65 años pero todavía voy para adelante, porque el negocio tiene que subir más todavía y lo voy a lograr con la ayuda de todos”, dijo Molina.

La empresa crece sin un plan de negocios, pero cuenta con la publicidad “boca a boca” de sus clientes satisfechos, como el caso de Bonifacio Baltierra, que pasa “todas las mañanas a por un churro o un buñuelo”.

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