La Comay y la libertad de expresión

La confirmación de la rumorada renuncia de Antulio “Kobbo” Santarrosa (la voz de la controvertida marioneta La Comay) de WAPA-TV en Puerto Rico, sigue en el aire, en competencia con la especulación mediática de si Hugo Chávez está vivo o muerto.

Algunos líderes de la protesta contra La Comay y su lengua viperina están locos por cantar victoria y apuntar sus cañones ultramarinos para seguirla hasta Estados Unidos en caso que también confirmen que la muñeca bochinchera se muda a MEGA-TV.

El tipo de humor que representa La Comay y esos adolescentes mentales de vacilones mañaneros en la radio hispana me es repugnante, y peor aún, no me hace reír. Pero como tengo libre albedrío, nunca los escucho. Esa es la única forma de censura que tolero.

Y ahí, como diría Cantinflas, es que está el detalle.

Para mí, como escritora, la libertad de expresión es la más valiosa de todas las libertades que disfrutamos en este país. El derecho de todo ciudadano a expresar cualquier opinión, por detestable que sea, está protegido por la Primera Enmienda a la Constitución y es la vaca más sagrada entre todas las vacas sagradas constitucionales. Muuu.

Aunado al derecho propio y de otros a expresar ideas, opiniones, patrañas, chismes, chistes y bochinches, está el derecho— y a veces el deber— de no escucharlo.

La radio y la televisión son negocios en manos de corporaciones privadas cuya meta principal es ganar dinero a toda costa. El precio de los anuncios depende de los ratings de cada programa, por lo tanto levantar los ratings equivale a aumentar las ganancias.

Mientras haya radioescuchas y televidentes que vean, oigan y apoyen programas chabacanos, vulgares y mentirosos, existirán programas como La Comay y televisoras como Fox News y los cientos de programas radiales que ofrecen una catarata de verborrea odiosa y manipulativa 24 horas al día.

Nunca me he sentido cómoda con protestas que hacen salir del aire a comentaristas por haber expresado una opinión que tal o mas cual grupo considera insultante. Siempre he creído en aquello de “no estoy de acuerdo con nada de lo que dices, pero moriría por defender el derecho que tienes a decirlo”. Bueno, lo de morir es un poco exagerado. Les aseguro que no tengo la menor intención de dar una gota de sangre por La Comay ni por Glenn Beck ni por Sean Hannity, pero es el principio lo que cuenta.

Si participamos en hacer callar a aquellos cuyas palabras nos ofenden, ¿con qué moral vamos a quejarnos cuando alguien trate de callar nuestra opinión porque no está de acuerdo con ella?

Vivir en una democracia no es fácil. Requiere participación constante. Es un dar y tomar, conscientes de que tus derechos terminan donde comienzan los del otro. Encontrar y mantenerse balanceado en esa raya, en esa cuerda floja de interacción con los conciudadanos, ya sea en situaciones aparentemente triviales como no tirar basura a la puerta de la casa del vecino o tocar la música a todo volumen, hasta votar en cada elección, es la esencia de civismo y ciudadanía concienzuda.

Ahora, exprésense ustedes. Muuu.

doloresprida@aol.com

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