Ver para creer

lE problema es que los liberales y conservadores solos ven lo que quieren ver

Inmigración

Nunca deja de asombrarme cómo dos bandos opuestos pueden ver la misma cosa de manera tan diferente.

Observemos los titulares sobre el discurso de toma de posesión del presidente Obama. Mientras el sitio en Internet NBC Latino dijo que el discurso de Obama fue “vigoroso” y que “invoca la inmigración”, un periódico local, el Chicago Sun-Times, lo clasificó de “progresista” pero se lamentó, en un artículo de fondo, de que “el presidente dijo poco sobre la reforma migratoria”.

Este ejemplo ilustra la forma muy normal en que los humanos procesamos nuestro complejo mundo: Muchas veces vemos sólo lo que queremos ver.

El columnista del Washington Post, Michael Gerson, en un nostálgico ensayo sobre cuán divisivo fue el discurso del presidente, se lamentó de la polarización del país, señalando: “Partidos, comunidades y regiones se han dividido según ideologías, produciendo ciudadanos que operan en mundos partidistas separados.”

Como en otros temas culturales, esta misma escena de enemigos mortales que tratan de aplastar a la oposición ideológica aparece en la lucha por la inmigración. Lo que falta es toda comprensión de los principios en que se basa cada bando —que son necesarios para lograr cualquier progreso en el asunto.

En un inspirador libro de 2012, The Righteous Mind, el psicólogo Jonathan Haidt intenta utilizar investigaciones científicas y académicas para descubrir por qué los liberales y conservadores son el equivalente político de gatos y perros.

Haidt demuestra que los que son muy liberales se apoyan en los principios morales del cuidado del otro y la justicia, que se relacionan con la capacidad de comprender el dolor de los demás y con la fe en el altruismo mutuo y la igualdad. Encuentra que los que son más conservadores enfatizan los principios morales de la lealtad, la autoridad y la santidad —es decir, el patriotismo, las jerarquías, el tradicionalismo y la religión.

Esos valores saltan ante mi vista cuando observo las flagelaciones en ambos extremos del espectro de la reforma migratoria —aquellos para quienes la “reforma” significa una amnistía inmediata y un camino a la ciudadanía para todos los inmigrantes ilegales; y aquellos a quienes les gustaría que la palabra significara que terminaremos casi con toda inmigración, legal e ilegal, y expulsaremos a 11 millones de personas del país.

Sabemos que el diálogo está impulsado, principalmente, por los extremos radicales de cada perspectiva. ¿Cómo deben interpretar, entonces, los conservadores, la reacción negativa de los liberales latinos contra la presión de la industria tecnológica para una reforma migratoria que favorezca a empresarios inmigrantes sumamente especializados y educados, típicamente de India y otros países asiáticos?

Claramente, los que proponen una meritocracia se sentirían irritados al enterarse de que los descendientes de inmigrantes pobres, típicamente latinoamericanos, creen, como lo hace Dustin Mendus, del blog Mas Wired, que valorar a inmigrantes individuales sobre la base de su educación es “(consciente o inconscientemente) racista.”

Aún más espinoso es el contradictorio argumento patriótico. Los estadounidenses conservadores consideran sus mitos fundacionales sagrados, y qué podría ser más sagrada que la promesa de nuestra nación de acoger a las “fatigadas … pobres … apiñadas masas, que ansían respirar la libertad”?

En forma similar, cuando activistas liberales pro-inmigrantes tratan de presentar a los mejores y más brillantes inmigrantes ilegales como ejemplos de por qué la legalización masiva puede ser positiva para el país, a menudo no encuentran eco.

Hay dos luchas legales —en Florida y California— que involucran inmigrantes que viven aquí ilegalmente pero poseen un título en Derecho. Estos inmigrantes y sus defensores desean que los inmigrantes no habilitados puedan obtener licencias para ejercer el Derecho en esos estados.

A Sergio García, de California, quien obtuvo un título en Derecho y pasó después el examen habilitante del estado para ejercer, se le negó la licencia, con poca esperanza de cambio en un futuro cercano.

José Godinez, de Florida, tiene más posibilidades de obtener su credencial. Además de su título de Derecho, cuenta también con una tarjeta del Seguro Social, licencia de conducir y permiso de trabajo, gracias al programa del presidente Obama denominado Acción Diferida para los que llegaron de niños.

Sin embargo, aún para los más ardientes conservadores que favorecen pases especiales para inmigrantes sumamente educados, sería una afronta a la santidad del sistema legal del país permitir que un inmigrante ilegal se convirtiera en un funcionario del tribunal.

La lista de situaciones en las que es casi imposible imaginar un terreno común en inmigración es casi infinita porque —así como esos partidistas ven lo que desean en el discurso del presidente con respecto a la inmigración— tendemos a ver sólo lo que queremos ver.

Mientras ambos campos de esta batalla no hagan un esfuerzo concertado para comprender —e incluso respetar— al otro, el asunto de la inmigración no progresará en un futuro cercano.

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