Lincoln no cortó el cerezo
La película Lincoln ignora las luchas de los afroamericanos para su emancipación.
Sociedad
Nos aguardan algunos cambios conceptuales en cuanto a nuestra comprensión del pasado nacional.
La película de Steven Spielberg, Lincoln, derivada de la biografía que escribió Doris Kearns Goodwin, Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, sugiere que tal vez hemos madurado en cuanto a nuestra mentalidad nacional como para enfrentar una nueva realidad.
La película describe los esfuerzos que hiciera Lincoln en 1865 por lograr la aprobación de una resolución en la Cámara de Representantes, la cual llevaría a que los estados aprobaran la Enmienda 13 la Constitución. El drama histórico presenta un contraste de los tiempos y las circunstancias mediante los rivales y los protagonistas.
No obstante, la película posa una pregunta obvia: ¿para todo esto, dónde están los afroamericanos?
Sí, hay una primera escena conmovedora con dos soldados negros y la excelente actuación de Gloria Reuben como Elizabeth Keckley, una costurera ahora liberada de la esclavitud, y confidente de Mary Todd Lincoln.
Pero resulta que en realidad la película tiene una trama previa. El libro de Alan Gilbert, Black Patriots and Loyalists: Fighting for Emancipation in the War of Independence” (2012) desafía la perspectiva aceptada sobre el contexto y el significado de lo que ocurrió, y realza lo que es un malentendido, tal vez una distorsión, largamente sostenida.
Esto no es particularmente extraño. Por todo el mundo las personas llegan a creer mitos y leyendas más que las narrativas verificadas. Es así como los indígenas norteamericanos resultaron desplazados de la narrativa nacional. No obstante, ahora estamos llegando a lamentar la pérdida de comprensión que el desplazamiento supone.
Hemos asesinado la perspectiva, y ahora buscamos revivir el conocimiento de cómo integraron su economía, su sociedad y su vida espiritual. Los filósofos de la sociedad, como John Locke, no nos dan la perspectiva que requerimos para ver el futuro con observar el pasado, como lo hace la cultura indígena.
De manera similar, el libro de Alan Gilbert muestra que hubo dos revoluciones durante el episodio que conocemos como la Revolución de los Estados Unidos. Las colonias de blancos combatieron en una exitosa revolución de independencia y los negros pelearon sin éxito por la emancipación, la cual no llegó por décadas.
Gilbert muestra que en 1775, el gobernador regente de Virginia, Lord Dunmore, declaró la emancipación a cambio de servicio a la causa del rey británico.
Esto dejó enervado a George Washington y a otros patriotas. Para aquel entonces, muchos de sus soldados eran negros. Algunos declaraban ser libres o pensaron que llegarían a tener la libertad con servir la causa de las colonias. En 1778, carentes de tropas en Valley Forge, el futuro estado de Rhode Island reclutó el primer regimiento enteramente compuesto de negros e indígenas de Narragansett. Algunos esclavos lograron su libertad con compensar a sus dueños, pero no hubo una emancipación general.
Esto tiene importancia hoy porque, en su contexto actual, la creación de la experiencia nacional se trataba del afán por una libertad humana algo despareja. Todos los seres humanos, sin importar la raza ni el género ni el origen nacional, cuentan por igual con la capacidad moral para ser libres, explica economista Haider Ali Khan en la revista holandesa y belga, Cosmopolis.
La revolución negra “olvidada” excedió nuestra capacidad de aprecio y se dio en Canadá, en Sierra León, en la liberación de Haití de la Francia, y ayudó en la lucha por abolir la esclavitud del imperio británico para el año 1833.
Ya estaba más avanzada la experiencia española en América del Norte en cuanto a este aspecto de los derechos humanos que la de los americanos británicos. Es éste el siguiente episodio que hay que añadir a la narrativa nacional.
En términos de la verdad, la experiencia norteamericana ha tratado, en términos históricos, de la cultura, y ya es hora de volver a contar la historia nacional como una experiencia verídica, y no improvisada.
También es hora de desechar el prejuicio y el desdén de la narrativa de la herencia española y la rica herencia de los indígenas norteamericanos, salvo en cuanto a cómo fueron suplantadas.
Esto implica contar la historia cultural de nuestros pueblos y no sólo la historia bélica de batallas y agresores. Es de esperar que así como en la película Lincoln, la narrativa no es sobre las batallas sino sobre lo que buscaban los seres humanos de la paz.
Esto significa que también es hora de contar correctamente la historia. Es así de sencillo: dejar de lado la distorsión, el mito y los hechos, o sea, Lincoln no cortó el cerezo.