Trabajar desde casa: ventajas y desventajas

Ha corrido mucha tinta, en días recientes, de comentaristas ansiosos por opinar sobre la decisión de la Gerente Ejecutiva de Yahoo, Marissa Mayer, de prohibir que sus empleados trabajen desde la casa.

En caso de que no se hayan enterado, Reses, vicepresidenta ejecutiva de personal y desarrollo de Yahoo, recientemente notificó a sus empleados que “la comunicación y colaboración serán importantes, por lo que necesitaremos trabajar lado a lado” y señaló que “la velocidad y calidad a menudo se sacrifican cuando trabajamos desde la casa.”

Antes de terminar de escuchar la idea, la gente se levantó en armas. Se llegó a un consenso en la comunidad de los que trabajan desde la casa, formada tanto por los que lo hacen como por los jefes que lo permiten.

Los primeros artículos se centraron sobre los inconvenientes causados a aquellos empleados de Yahoo que estaban acostumbrados a trabajar desde la casa y que ahora deben reencontrar su camino a la oficina. ¿En serio? La función de Mayer no es mantener un perfecto ambiente para que sus empleados encuentren su felicidad máxima. Mayer tiene que administrar una empresa y responder a sus accionistas. Quizás se equivoque al prohibir el trabajo desde la casa pero, como gerente ejecutiva, tiene derecho a equivocarse. Y si la nueva norma resulta ser un desastre, tendrá que responder a eso.

Además, quejarse de los inconvenientes que puedan sufrir los empleados por un cambio en las normas de la empresa sólo refuerza la sensación de tener derecho a las cosas, que invade a muchos estadounidenses. Derecho a pasar ese día laboral en casa.

Después surgió el inevitable debate sobre cuál trabajador es más productivo: el que trabaja desde la casa o el que reporta a la oficina todos los días. Es una pregunta tonta. No hay una respuesta general, porque la cuestión depende casi enteramente de cada individuo.

Cuando trabajaba en una oficina —o en mi caso, en tres diarios— me beneficié de la interacción con mis compañeros de trabajo. Pero tener que soportar las intrigas oficinescas o asistir a reuniones inútiles era una pérdida de tiempo.

Ahora, trabajo en casa —y algunas veces en cafés locales donde lo único que necesito es mi computadora y una conexión con Internet— y puedo dedicar más tiempo a escribir, que, en su mayor parte, es una profesión solitaria. Cuando es necesario, hago llamadas de conferencia y entrevistas para televisión y radio.

Uno aprende a balancearlo todo, no porque sea fácil, sino porque no hay otra opción. Se hacen juegos malabares como un artista de circo. Se incluyen las necesidades de la familia, mientras se trata de no descuidar las obligaciones que uno tiene con su empleador. Los días en que no se llega a cubrir todo, uno se acuesta tarde y levanta temprano hasta lograrlo.

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